Los viñedos de la Denominación de Origen Protegida Vino de Cangas, en Asturias, vuelven a la vida. Y no lo decimos en un sentido metafórico, más allá del lloro de la vid. Esta pequeña "Ribeira Sacra asturiana", donde la viticultura se mantiene heroica (y no solo por lo pendiente de sus colinas), recupera la tradición bodeguera que se creía en horas bajas.
La nueva generación, joven y formada en las mejores escuelas de enología, es el claro ejemplo de una promoción que tuvo que irse a buscar mejor vida fuera pero que siente como propia cada marca de la vid. Atravesar las terrazas donde se cultivan las uvas de oro púrpura nos hace recordar un pasado de destreza, de hermandad y de una energía que solo las zonas vinícolas españolas desprenden. Porque sí, en Asturias se hace vino y, además, de calidad.
El legado de Chicote
Hablar de la D.O. Vino de Cangas supone mencionar un nombre propio: Antón Álvarez (1948-2022), popularmente conocido como Chicote. Natural de Limés, en el corazón del valle del Narcea, este bodeguero creyó en las posibilidades de una viticultura artesanal y poco industrializada. Su tasca, ubicada en el centro de Cangas de Narcea, era un refugio enológico sin esnobismo. Sus propios vinos se servían, con gracia y acogida, a todo aquel que se acercaba. Fuese extranjero o parroquiano, Chicote recibía a los clientes como si parte de su familia se tratase.
Junto a su padre, con tan solo diez años, se puso detrás de la barra de la que fue la casa de comidas familiar. Minero, ganadero y bodeguero, Chicote conocía bien lo que era ganarse el pan. Antón pertenecía a una generación que dio pasos firmes, con muchos sacrificios, para dar luz donde antes había oscuridad. Artífice de la Fiesta de la Vendimia de Cangas, con esa especie de beaujolais nouveau a la asturiana, sus bodegas Penderuyos consagraron títulos y premios durante sus más de cincuenta años de actividad.
“Con aceite, ajo y pimentón”
Y es que además de sus vinos, el bar Chicote era popular por sus patatas. No hay receta secreta, solo calidad y una aparente simplicidad. Las patatas de Chicote eran la tapa estrella en su pequeña tasca. “¿Cómo hace las patatas Antón? Con aceite, ajo y pimentón” era una frase que resonaba en boca del bodeguero cada vez que algún parroquiano le preguntaba por su enigmática receta.
La muerte del popular hostelero supuso un duro golpe en la sociedad canguesa. No solo por el cierre del popular Chicote y la pérdida del alma de la vendimia canguesa, sino por la que podría ser la pérdida de sus bodegas: los vinos Penderuyos.
Volver a casa
Con un futuro incierto y abocado al abandono de las instalaciones, la pura serendipia logró el cambio. Juan Alonso, natural del valle del Narcea, tenía un sueño: volver a su hogar. Como tantos otros jóvenes, su futuro estaba lejos de los osos, lobos y vinos del suroccidente asturiano. Tras formarse en Logroño y Alicante como experto viticultor, conoció a la que ahora es su mujer, Marián Álvarez, y con el arrojo típico del pueblo cangués, volvió a su casa. Atrás quedaron proyectos de envergadura, como la gestión de las bodegas Artadi, en La Rioja. Marián y Juan lo tenían claro, era ahora o nunca. Sí, era momento de volver a casa.
La facilidad y cercanía con la que la familia del hostelero acogió a esta joven pareja permitió obrar el milagro. Las vides brotarán, de nuevo, pero con una visión de futuro. La experiencia y mimo al tratar estos pequeños tesoros dejaría de lado esa imagen ruda y ácida que podía tener el vino de Cangas hasta hace no tanto tiempo.
Esencia del Narcea
El tinto de Penderuyos no ha perdido la singularidad propia de la viticultura heroica canguesa, pero hoy en día está mucho más domado. La parcela más emblemática de la zona de La Galiana, cercana a la aldea de Limés, tiene un suelo rico en nutrientes. Tal y como buscaba Chicote, esto permite demostrar el carácter de Cangas: vino joven de casa, de compadreo, de pinta de bar. Solo la visión renovada de Juan y Marián permite dejar en el olvido ese vino a quemarropa de hace unos años, donde hoy se conservan pequeños matices de ciruela y cedro. Un vino que transporta hacia un coupage que es esencia de las tierras del Narcea.
Aunque el predominio de la zona siempre fue la tinta, la pareja heredó una pequeña parcela de uva blanca. Con un terroir extraordinario y tradicional, los vinos blancos de Penderuyos son maduros, fluidos y ágiles. Los toques frutales al paladar dejan notas de flor blanca. Savia renovada en las vides de Cangas. Guiños de tradición que honran el legado de Chicote, pero demostrando que la nueva generación de bodegueros del Narcea viene pisando fuerte. In vino veritas... y en el Narcea la salud. ///