Los cultivos de secano han sido la imagen asociada a las grandes llanuras de la Meseta y a las zonas de Andalucía, Extremadura, Aragón y las dos Castillas. Un ecosistema agrícola de gran tradición en España que, con el paso de los años, se ha convertido en poco rentable y que, en muchos lugares, está casi condenado a la desaparición. Hablamos de amplias extensiones de campos cerealísticos y viñas de secano, como las de Valdepeñas en Ciudad Real o algunas zonas de la Ribera del Duero.
Los paisajes agrícolas están experimentando cambios de vértigo con el paso a regadío, en algunos casos, o al abandono de tierras, en otros. Unas transformaciones que afectan directamente a la biodiversidad de estos hábitats y, especialmente, a las aves. Según datos de SEO/Birdlife, las especies de pájaros asociadas a los secanos han descendido un 27% en 30 años. Aves tan características del campo ibérico como las alondras, las calandrias, las codornices o las perdices, que cada vez son más difíciles de observar y que describía con pasión Miguel Delibes en sus obras asociadas al costumbrismo rural.
Un plan para conservar la biodiversidad
Para evitar la desaparición de estos hábitats, SEO/Birdlife y la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR) financiado por la Unión Europea – NextGenerationEU, han tirado adelante el programa Secanos Vivos, que busca otorgar un valor añadido a los productos que se obtienen de cultivos comprometidos con la conservación de la biodiversidad.
Se trata de alimentos sanos y sostenibles, producidos desde el respeto a la naturaleza, mediante proyectos que además permiten generar empleo y riqueza en las zonas rurales del interior peninsular. Es por eso que en Hule y Mantel hemos querido conocer algunos de estos proyectos, que son ejemplo de cómo el respeto y la apuesta por la biodiversidad ha dotado de valor añadido a bodegas y productos cerealísticos.
Bodegas Marta Maté (Ribera del Duero)
En Tubillo del Lago, en Burgos, se encuentran las Bodegas Marta Maté, fundadas en 2013. Practican la viticultura extrema en la D.O. Ribera del Duero, en la zona más septentrional de la denominación, a más de 900 metros de altitud. La enóloga Marta Castrillo participa en el proyecto de Secanos Vivos porque “un viñedo puede ser un paisaje muy bonito, pero si solo hay viñas, es un desierto de viñas”, nos cuenta.
Castrillo cree que “un equilibrio en el ecosistema aporta complejidad al suelo y eso se transmite a las uvas y al vino. Es el auténtico significado del terroir, por eso estoy tan orgullosa de este proyecto". Un concepto que, añade, "hay que saber trasladar al consumidor para que lo entienda y sepa captar ese valor añadido que le damos”.
Finca Las Víboras (Osuna)
Javier Pérez es agricultor de secano en Osuna (Sevilla) y participa en el proyecto Secanos Vivos en la finca de Las Víboras, entre la campiña sevillana y la Sierra Sur. “Hace tiempo que nos dimos cuenta de que lo químico no nos servía. Con rotaciones de cultivos adecuadas, el mantenimiento de linderos y la instalación de cajas nido ahorrábamos no solo en costes de producción —por ejemplo, en plaguicidas químicos—, sino que también aumentaba la biodiversidad”.
Pérez también se muestra orgulloso de que en su finca vivan especies de aves en peligro de extinción. “Nuestro cliente tiene que entender que si quiere calidad tiene que reducir la huella ecológica y el impacto ambiental”, asegura mientras observa los cultivos que prepara para este año: trigo, garbanzos y cilantro.