El grupo León Benavente tiene una canción titulada Viejos rockeros viejos. La letra en una de sus estrofas dice: "Viejos rockeros viejos, siguen creyendo que son irremplazables, siguen creyendo que lo que hacen importa", para continuar con un letal "hay que saber irse de una fiesta". Aunque ellos hablan de su mundo, que es el de la música, cuando escucho esta canción no puedo parar de acordarme del mundo de la gastronomía, que es el que nos ocupa.
En las últimas semanas, e incluso meses, y puede que hasta años, llevo leyendo entrevistas a cocineros, periodistas y diferentes personas del mundo de la gastronomía, todos ya entrados en años, en las que hablan de forma catastrofista de la gastronomía actual, ensalzando épocas pasadas, no dejando títere con cabeza y subrayando el poco talento y ganas de la gente joven, como si después del cierre de elBulli no mereciera la pena seguir yendo a un restaurante porque ya está todo inventado, la creatividad ya no existiera y la retirada de Ferran Adrià fuera el fin de la civilización tal y como la conocemos.
Personas del mundo de la gastronomía, todos ya entrados en años, hablan de forma catastrofista de la gastronomía actual, ensalzando épocas pasadas y no dejando títere con cabeza.
Aparte de estas perlas sobre el fin del mundo gastronómico también tienen tiempo de hablar de las condiciones laborales actuales, diciendo que la juventud de ahora se queja mucho y que ellos trabajaban 14 o 16 horas y no pasaba nada. Porque, claro, ¿para qué sirve tener una vida fuera del trabajo si somos muy felices con lo que hacemos?
Por último, también podemos leer a otros hablando de que la gastronomía se ha convertido en un circo, que ahora ya no se puede hablar de gastronomía porque está todo comprado y varios lugares comunes del mismo estilo, porque claramente ellos nunca fueron invitados a un restaurante ni les dieron un premio que fueron a recoger con una sonrisa de oreja a oreja y llenando su ego con el aplauso del público.
Señoros míos, y digo señoros porque casualmente todos estos "viejos rockeros" son hombres (algunos de ellos con unos toques machistas que tiran para atrás), la vida sigue.
Señoros míos, y digo señoros porque casualmente todos estos "viejos rockeros" son hombres (algunos de ellos con unos toques machistas que tiran para atrás), la vida sigue. Cada día siguen saliendo de escuelas (públicas y privadas), cocineras y cocineros maravillosos y trabajadores, que en unos años abrirán sus negocios o ayudarán a que otros funcionen, y también saldrán estudiantes de periodismo y comunicadores con ganas de contar historias relacionadas con el comer, y lo harán con hambre, que es lo que a ustedes se les ha acabado.
Quizás el problema es ese, que ya no tienen apetito, y quieren vivir de comidas y cocinas pasadas que, sí, fueron importantes, y ayudaron a otros a avanzar, pero ahora quizás es el momento de que dejen paso, y no den la turra con que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque lo único que fue es anterior.
No quiero que estas líneas resulten gerontofóbicas ni mucho menos. Siempre hay que escuchar a nuestros mayores, porque, entre otras muchas virtudes, tienen una experiencia que los jóvenes no tienen. Hay grandes referentes que ya pasan los 70, tanto en cocinas (se me ocurre Pedro Subijana) como en comunicación gastronómica (Rosa Tovar, por ejemplo), que son personas que enseñan y aprenden cada día, que saben hablar del pasado para mirar al futuro, y marcan el camino para que dentro de 30 o 40 años los que ahora son jóvenes no sean "viejos rockeros viejos" y sepan "irse de una fiesta".