¿Cuántos lingotes de oro hacen falta para comprar un kilo de panellets? "Este año van a 70 euros / kg" es la respuesta de una dependienta que no se escuda en la regla de tres del cartelito ("panellets a 7 € los 100 gramos"). Escucho este diálogo, no en un templo pastelero burgués, sino en una de esas panaderías de "pan artesano en cadena". El panellet, alfa y omega de la Castañada –junto con las castañas y los boniatos asados, esos desaboridos símbolos identitarios del día de difuntos en Cataluña– ha subido una burrada. El castañazo de setenta euros el quilo, arguye el Gremio de Pastelería de Barcelona, es inevitable. La pinza de crisis energética y subida de precios de la materia prima –huevos y mantequilla, sobre todo– no perdona. "La inflación obliga a los pasteleros catalanes a subir los panellets un 3 %", dicen las noticias. Si retrocedemos unos pocos años, veremos que el susodicho 3 % de aumento es engañoso. El 2019, iban a 50 euros el quilo. El 2018, a 40. El 2004, a 30 euros el quilo. En menos de 20 años el panellet ha aumentado su precio en, glups, un 110 %. Y después de una prospección por una docena de pastelerías, he comprobado que la mitad de ellas hacen el pequeño ejercicio de trilerismo de poner al mismo precio a los panellets de sabores que a los de los cotizados piñones.
Más que un lujo son un acto de masoquismo: en aras de la tradición, te gastas un pastizal en un montón de pelotitas mazacotas
Hace bien el Gremio en decir que no son un producto de primera necesidad, sino un lujo. Y para mí, más que un lujo son un acto de masoquismo: en aras de la tradición, te gastas un pastizal en un montón de pelotitas mazacotas, que al día siguiente se han convertido en piedras. Como comprar un saco de azúcar y comértelo a cucharadas. ¿Vale la pena? Yo digo no. Oriol Carrió de la Pastelería Carrió, excelente artesano reconocido este 2022 con el premio al mejor panellet de Cataluña me explica que "con el incremento de precios, el margen de beneficio cada vez sale menos a cuenta, pero estamos en el terreno de la ilusión y la tradición muy enraizada. A estos precios, la gente compra menos, pero compran contentos". Hombre, no estamos hablando de un milhojas de crema pastelera o de ese objeto de alveolada arquitectura que es un buen croissant. Hacer panellets es muy fácil si sabes cómo. "Eso es como si sabes poner cemento, pero le encargas a un paleta cementar la pared. Quizás tú lo haces bien, pero seguro que él lo hace mejor", me objeta Carrió. De todas manera, el pastelero, lleno de sentido común, argumenta que la dicotomía panellets caseros versus de pastelería es la misma que la cocinar en casa o salir a comer. No son excluyentes, claro, sino de convivencia inevitable.
Como comprar un saco de azúcar y comértelo a cucharadas. ¿Vale la pena? Yo digo no
En el mejor de los casos, para quien escribe, hacer panellets és más un pasatiempo de tarde de otoño con niños que el sentirse apegado a una tradición o unos buenos postres. De hecho, he empezado a apreciarlos en su justa medida desde que tengo una hija, los preparamos juntos y no los pago a precio de droga dura. Como escribió Anthony Bourdain en el magnífico "Medium Raw", poseer "unos rudimentos de cocina que permitan alimentarte bien y al prójimo con eficacia debería ser una capacidad tan fundamental como saber limpiarse el culo, cruzar la calle o ser fiable con el dinero que te confían". Por cierto, si todo el mundo supiera hacer unos panellets decentes en casa, evitaríamos esa estampa de la chavalería regresando del cole con panellets en los que intuyes el barnizado de huevo, mocos y virus (si sois ser malvados, llevadlos al trabajo y decid que los ha hecho vuestra tieta pastelera).
Y para concluir, si el Halloween anglosajón ha conquistado el mundo, quizás sea porque los anglos recuerdan sus tradiciones, las celebran y las marquetinizan. Claro que en el Halloween/Samhain hay mucha chicha que asar (una buena lectura para estos días es el extraordinario ensayo Halloween. La muerte sale de fiesta, de David J. Skal). De las tradiciones del Día de Difuntos de mi país yo solo tengo constancia de un boniato asado, mazapanes indigestos y señoras mayores vestidas como Doña Rogelia.