Cuando alguien se muere todo son loas y alabanzas. "Siempre saludaba". "Toda una personalidad". "Persona relevante con sus luces y sus sombras". Todo lo que haga falta para evitar decir que esa persona era una escoria viviente. Pero como está muerta no se le puede criticar. Sé que este texto va a parecer eso, pero os juro que no lo es. Os prometo que el título no es clickbait.
Hoy toca bajarse al barro y abrir el paraguas. Hoy vengo aquí para defender a Sálvame como un espacio que hizo mucho más por la gastronomía que lo que haremos muchos "comunicadores gastronómicos" en toda una vida.
'Sálvame' hizo más por la gastronomía que lo que haremos muchos "comunicadores gastronómicos" en toda una vida.
No os voy a hablar de lo que era Sálvame, un programa de prensa rosa puro y duro que nos enfrentaba a nosotros mismos, a la realidad de nuestro país, a esa realidad de cotilleos, gritos, plañiderismo y comunidades de vecinos, y que por eso quizás no quisimos reconocer que, de vez en cuando, nos encantaba verlo.
"Pues yo nunca vi Sálvame. Era telebasura". Si, claro, Paco, tú nunca lo viste, que tú no tienes tele en casa y solo compras en el mercado de debajo de casa productos kilómetro cero. Tú nunca te has comido un donut porque no comes ultraprocesados. Tú nunca en tu vida has ido a comprar al Mercadona una tortilla de patatas precocinada. Si no te has reído con los cabreos de la Esteban, los bailes de Lydia Lozano y los chistes verdes de Jorge Javier, solo te puedo decir una cosa: Paco, cómeme el donut.
El público empezó a traer dulces y platos de cocina tradicional que Kiko Matamoros, Mila Ximénez o María Patiño devoraban y promocionaban.
Volviendo a lo que nos atañe, aparte de entretener y hacer compañía a toda una generación sin meterles fake news ni asustarles con que les van a okupar la casa, Sálvame ha hecho mucho por la gastronomía. En un programa que duraba cinco horas non stop, los colaboradores tenían que comer y beber para no desfallecer en las maratonianas grabaciones, y empezaron a merendar en el plató.
Así convirtieron un programa de salseo máximo en una película que mezclaba a Abbas Kiarostami (esos momentos de los colaboradores mirando el móvil en silencio en un plano fijo interminable eran puro cine iraní), Almodóvar y Berlanga.
El público empezó a traer comida para los colaboradores, dulces típicos de sus pueblos, platos de cocina tradicional, que Kiko Matamoros, Mila Ximénez o María Patiño devoraban y promocionaban. Mucho mejor que se nombre tu producto en un programa que ven millones de personas, a que lo pongan en una lista titulada "Los 5 mejores dulces hechos por monjas que puedes comer en la cordillera Cantábrica".
El programa tuvo, al más puro estilo 'Star Wars', su spin off gastronómico: 'La última cena'. Una suerte de 'MasterChef Celebrity'.
No contentos con eso, en Sálvame contrataron a un cocinero, Pedro Palacios, que cada tarde preparaba un plato para los colaboradores, y que incluso llegó a editar el libro La recetas de Sálvame, que podéis comprar por unos 5 euros. Allí encontraréis recetas maravillosas divididas en bloques cuyos nombres son una auténtica fantasía: "platos deliciosos para lucir palmito", "platillos para suavizar la tensión", o "toques de glamour para dejarles con la boca abierta".
Y como buen universo cinematográfico que se precie (sí, en Sálvame la línea que separaba realidad de ficción era muy fina), el programa tuvo, al más puro estilo Star Wars, su spin off gastronómico: La última cena. Una suerte de MasterChef Celebrity donde los colaboradores cocinaban y eran juzgados por cocineros de la talla de Sergi Arola, Bego Rodrigo o Miguel Cobo, que hasta tuvo tiempo de tontear con Alba Carrillo. Ver a Bego Rodrigo cantarle las cuarenta a Antonio David Flores fue uno de los mejores momentos televisivos que nos ha dado la gastronomía patria.
Ver a Bego Rodrigo cantarle las cuarenta a Antonio David Flores fue uno de los mejores momentos televisivos que nos ha dado la gastronomía patria.
Por último, no quiero cerrar este texto sin nombrar Los sabores de la Esteban, la marca de gazpachos, salmorejos y cremas creada por Belén Esteban, que en el confinamiento se convirtió en cocinera y algunas tardes explicaba paso a paso sus recetas, y que fue presentada nada más y nada menos que en Museo Chicote, mítico bar madrileño que hizo las delicias de Ava Gardner en los años 50.
Aparte de este local, en Sálvame siempre se promocionó la hostelería, desde el mítico restaurante La Muralla, donde el equipo hacía los afterworks bebiendo su mítica “agua con misterio” (término que usaban en el programa para no decir cubatas en horario infantil), hasta el bingo Las Vegas. Era tal el amor de los colaboradores por este bingo, que cuando murió la propietaria, Begoña Sierra, la homenajearon en el programa.
Sé que es difícil enfrentarnos a nuestra propia realidad y reconocer nuestras vergüenzas. Sálvame era una de ellas. Sálvame era cultura pop. Sálvame era un pecado inconfesable que muchos echaremos de menos. Porque, "con sus luces y sus sombras", Sálvame fue, es y será, historia de España.