Seguro que todos en algún momento hemos sentido esa tensión que se provoca cuando se descorcha una botella y ves que alguien empieza a dar vueltas al vino como si no hubiese un mañana. Seguramente esa misma persona pregunta con aires de grandeza o superioridad: "ah, ¿pero no hueles el melocotón en almíbar?".
No, Jose Ramón, no huelo el melocotón en almíbar.
¿Por qué somos tan exigentes a la hora de catar el vino en momentos cotidianos de nuestra vida? ¿Somos tan exigentes a la hora de catar un orujo de hierbas cuando terminamos de comer? ¿Nos preocupa tanto que ese orujo sea untuoso y persistente? La respuesta creo que es bastante clara: NO.
¿Somos tan exigentes a la hora de catar un orujo de hierbas?
Me declaro muy defensora de la cata, pero como herramienta de aprendizaje en momentos muy concretos. No estoy diciendo que no tengamos que catar, a lo que me refiero es que podríamos reinterpretar esta “cata” en nuestro día a día, buscar otros elementos cuando abrimos una botella de vino.
Estamos hablando de vino, señorxs, hablamos de algo que tiene valor tanto gastronómico como cultural. ¿Por qué no hablamos de personas cuando abrimos una botella de vino? ¿Por qué no hablamos de paisaje o de cultura?
¿Por qué no llevamos la cata al siguiente nivel? Creo que nos estamos perdiendo historias increíbles cada vez que descorchamos una botella por prestarle demasiada atención a la herramienta y nos estamos olvidando del alma del vino, de las personas, de los territorios y de la cultura.
El aprendizaje que nos proporciona compartir una botella de vino con alguien o contigo mismo va mucho más allá de si el vino tiene color rojo, granate o violáceo o de si huele a jazmín o a hierba recién cortada.
No nos estamos haciendo las preguntas correctas
Estamos limitando muchísimo lo que nos puede ofrecer el vino porque creo que no nos estamos haciendo las preguntas correctas. Propongo hacer un ejercicio, la próxima vez que abráis una botella de vino preguntaros quien hay detrás de esa botella, preguntaros ¿por qué se hace ese vino? ¿Dónde se hace ese vino?
Aún recuerdo una frase que me dijeron cuando empecé a trabajar detrás de una barra y me enfrentaba a mis primeras conversaciones con gente que bebía mucho vino, clientes que no cataban, que bebían. Me acuerdo como me sentía abrumada ante tanto conocimiento apoyado por supuesto en años y botellas de ventaja que me llevaban estos clientes, y recuerdo perfectamente las palabras de mi jefa en aquel momento y amiga hoy en día, Alicia. "Busca el equilibrio, cuando pruebes un vino acuérdate del equilibrio”.
Aquello se me quedó grabado a fuego, y el equilibrio es muy personal, puedes buscar el equilibrio entre acidez y amargor, entre dulce y salado, entre fresco y maduro, entre alcohol y tanino. Algo tan emocionante y personal como es la percepción sensorial y emocional del vino no podemos rebajarlo sólo a hablar de aromas y sabores.
Señores, señoras, busquen el equilibrio, busquen historias, personas y territorio.