Las redes descansaban vacías en los muelles mientras las voces de los pescadores resonaban en las calles el pasado 9 de diciembre. La Comisión Europea había anunciado unas cuotas de pesca para 2025 que implicaban grandes recortes. Los 130 días de faena para la pesca de arrastre quedaban reducidos a 27 y los trabajadores del sector denunciaban que, así, su oficio no sería viable.
En esto coincidieron los ministros de pesca y agricultura de España, Francia e Italia, que unieron fuerzas para pactar en Bruselas un nuevo acuerdo. Dos días de intensas negociaciones —las más difíciles de su carrera, según afirmó el ministro Planas— concluyeron con un ligero aumento de los días de pesca, que podrían ampliarse si se garantizaban algunas medidas en los barcos.
A pesar de este pequeño alivio, la realidad para el sector sigue siendo dura: desde la aprobación del plan de sostenibilidad en 2019, los pescadores han visto reducidos los días que pueden salir a la mar en un 40%.
Los pescadores se enfrentan a una disyuntiva cruel: o se arruinan por la veda o se arruinan al invertir. Es un callejón sin salida.
En el Mediterráneo, el segundo caladero de España, la pesca genera medio millón de empleos y un beneficio de tres mil millones de euros. No obstante, sustituir los aparejos por redes de mayor diámetro y cambiar las puertas de los barcos —ajustes que permitirían a los pescadores mantener los mismos días de trabajo que han tenido este año—, implica una inversión que muchos no pueden asumir. Los pescadores se enfrentan a una disyuntiva cruel: o se arruinan por la veda o se arruinan al invertir. Es un callejón sin salida.
Por otro lado, los organismos internacionales alertan que los niveles actuales de pesca no son sostenibles. Según la FAO, se está pescando casi el doble de la capacidad de regeneración de algunas especies. El mensaje parece claro: “O acabamos con la pesca o acabamos con el Mediterráneo”. Proteger a los pescadores es urgente, pero también lo es salvaguardar el ecosistema, porque sin él no habrá pesca ni pescadores en el futuro.
No es la primera vez que se extingue una especie marina por motivos comerciales. El modesto Museo Provincial del Mar de San Cibrao, en Lugo, conserva una sala dedicada a la pesca de ballenas, una actividad que durante el pasado siglo generó grandes ingresos pero acabó con la conocida como ballena vasca. ¿Qué pasó con los marinos que se dedicaban a esta pesca cuando se prohibió la captura de cetáceos?
Proteger a los pescadores es urgente, pero también lo es salvaguardar el ecosistema, porque sin él no habrá pesca ni pescadores en el futuro.
Es cierto que se necesitan ayudas para amortiguar el impacto económico del cese de una actividad que afecta a otros sectores. Lonjas, empresas de distribución, minoristas, transportistas y fabricantes de hielo también se verán perjudicados. Para todos ellos, la situación, sin duda, es dramática, pero es crucial pensar a largo plazo.
Los científicos consideran insuficientes las rebajas en las cuotas marcadas inicialmente por la Unión Europea. La situación de especies como la gamba roja, la cigala, la merluza y el salmonete también es alarmante y de eso no se habla, o se habla poco. Ya hemos vivido esto con el lenguado en el mar Adriático, cuya cuota de pesca se redujo un 77%. Gracias a esta medida, la especie ha alcanzado un número que permite su explotación comercial de manera sostenible. Es cuestión de tiempo y de paciencia.
En Navidad pagamos el peaje de la tradición, quizás sea un buen momento para pensar en los hábitos de consumo.
Llega la Navidad y, de la misma forma en la que ahora nos indignamos por la reducción de cuotas de los pescadores, en pocos días nos indignaremos con el precio que alcanzan los besugos, las almejas y los berberechos, pero pagaremos el peaje de la tradición. Quizás sea este un buen momento para pensar en los hábitos de consumo. Hace unos días, Rosa Tovar sugería en sus redes sociales sustituir estos productos “típicos” por otros más económicos con igual valor culinario. Este gesto no solo beneficiaría nuestros bolsillos, sino también a las especies que sufren una presión que podría repartirse a lo largo del año.
Mientras tanto, el modelo de venta también cambia. Meses atrás, el gigante Mercadona anunció un nuevo modelo de pescadería: mostradores sin pescaderos, llenos de bandejas con pescado envasado. No es el único supermercado que trabaja así el pescado, cada vez son más las marcas que apuestan por este modelo.
En España, el número de pescaderías tradicionales ha caído drásticamente: de cerca de 20.000 en 2007 a apenas 9.000 en la actualidad. Si estamos de acuerdo en que debemos proteger un oficio como el de pescador, ¿no deberíamos hacer lo mismo con el de pescadero? Quizá sea hora de apoyar a los comercios locales, donde podemos tomar decisiones más responsables y ayudar a mantener viva esta tradición.
En los mercados, el consumidor puede preguntar, informarse y dejarse aconsejar por profesionales que recomiendan un pescado de temporada a precios que se ajustan a los diferentes presupuestos.
En los mercados, el consumidor puede preguntar, informarse y dejarse aconsejar por profesionales que recomiendan un pescado de temporada a precios que se ajustan a los diferentes presupuestos. En las grandes superficies el modelo va hacia otro lugar. El de las tres o cuatro referencias de pescados limpios y envasados dispuestos en las neveras. Son cada vez más los supermercados que sustituyen la pescadería por escaparates frigoríficos llenos de merluza, salmón, bacalao, dorada y lubina. Con suerte se encontrará algún gallo. Disponer siempre de las mismas especies no es sostenible.
Quizás sea momento de reflexionar. El mar no es un recurso inagotable y cuidarlo no solo es proteger un paisaje o un oficio, sino garantizar que las generaciones futuras también puedan disfrutar de lo que hoy damos por sentado y es parte de nuestra cultura.