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A cuchillo

Patatas y vaginas: la historia de siempre

COLUMNA | El último fenómeno viral de la alimentación son unas patatas chips con sabor a vagina. La historiadora Sarah Serrano reflexiona sobre esta idea que, en realidad, no es novedosa

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Detalle de la Santa Águeda de Zurbarán (1630), con los pechos en una bandeja / COLUMNA: Patatas y vaginas: la historia de siempre

Las patatas fritas con sabor a vagina que lanzó hace algunos días una empresa lituana son el enésimo intento de unir genitalia y gastronomía. Más allá de lo innecesario y ofensivo que pueda resultar para la mitad de la población, van listos si lo que pretendían era ser "disruptivos" (esa maldita palabra que ha perdido su significado, si es que alguna vez lo tuvo).

Este tipo de estrategias comerciales se han popularizado en zonas turísticas o masificadas de ciertas urbes. En Madrid, por ejemplo, hace unos cuatro años aterrizó en Chueca La Pollería, a la que siguió La Coñería, con gran éxito y a los que pronto les salieron imitadores en otras ciudades españolas. Esta apertura armó en su día bastante revuelo y todavía hoy hay largas colas para comerse un pollofre. Pero si lo pensamos bien, tampoco fue novedad: basta con acudir a toda esa repostería erótica que ha animado fiestas y nutrido despedidas de soltero/a. Las mismas tartas conformadas por “cilindros y medias esferas” que elaboraba Marge Simpson en aquella subtrama que la colocaba como repostera picarona (pura cultura de masas). 

En el mundo antiguo el sexo, lejos de ser tabú, se celebraba

Pero ¿de dónde viene esta obsesión? Es más que probable que estás preparaciones eróticas tengan su origen en la exaltación de los rasgos sexuales como una especie de amuletos para la fertilidad. En el mundo antiguo el sexo, lejos de ser tabú, se celebraba. Estás prácticas son muy mediterráneas y sabemos que en la Antigua Grecia se comían pasteles de sésamo y miel con forma de pechos durante las fiestas de Thesmophoria, que se heredaron de Egipto y que exaltaban la maternidad. 

Otro ejemplo son los cannoli sicilianos. La ciudad de Caltanissetta (Sicilia) fue ocupada por los árabes en torno al siglo IX y cuenta la leyenda que fue en un harem de mujeres donde se ideó este dulce para resaltar la masculinidad del emir. Los italianos le han dado fiero a estas creaciones y, a pesar de la llegada del catolicismo, hoy seguimos encontrado dulces como las tetas de Santa Agatha (o de Santa Águeda, como se las conoce en su versión zaragozana), bajo el pretexto del martirio y al amparo del carnaval, eso sí. Aunque también existen otros dulces como los feddi ur cancellieri o nalgas del canciller.

El yogur elaborado con microorganismos de vagina puso en evidencia lo poco que se sabía de la microbiota vaginal 

Dejando el juego de formas atrás, otro hito inolvidable del binomio vagina-comida ocurrió allá por 2015, cuando la doctora Cecilia Westbrook (Universidad de Wisconsin) saltó a la fama por haber elaborado un yogur con los microorganismos de su vagina. Esto fue posible gracias a los lactobacilos que todas tenemos y que son los mismos que fermentan leche, queso y yogur.

Cecilia describió el sabor de su creación como "amargo y con un toque picante, como un yogur indio", pero más allá del producto resultante y su sabor, lo más importante de este experimento culinario fue que puso en evidencia lo poco que se sabía de la microbiota vaginal en ese momento. Lo que había motivado a la doctora, además de la curiosidad científica, había sido la publicación "Natural Harvest: a semen- based recipes”, un libro de recetas con el semen como ingrediente protagonista. Si se podía cocinar con semen, por qué no con los fluidos vaginales, pensó la científica. 

Sirva todo ello como una muestra de culinaria genital (capítulo aparte merecería la cocina asiática) con algunos ejemplos mucho más sorprendentes que estas patatas con falso sabor a vagina que solo buscan viralizarse.

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