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A cuchillo

Lo que no se cuenta de la gala The World's 50 Best Restaurants

COLUMNA | Raquel Castillo estuvo en la gala celebrada en Valencia y esta fue su experiencia: calor, colas, poca comida y malas condiciones de trabajo para los periodistas que la cubren

7 minutos

Lo que no se cuenta de la gala The World's 50 Best Restaurants / Imagen: Zozu para Hule y Mantel

En las últimas semanas se ha escrito hasta la saciedad de la gala The World’s 50 Best Restaurants. Se ha publicado en mil sitios la famosa lista de premiados —en Hule y Mantel también lo hicimos, claro—, e incluso nuestro compañero Iker Morán ha firmado una acertada crónica que analiza los cambios más relevantes en el célebre ranking. Pero yo voy a contaros otras cosas.

De entrada hay que decir que si no vas a la gala parece que no pintas nada en este mundillo gastronómico, seas cocinero, distribuidor o periodista especializado. TODO el mundo está aquí. Aunque, la verdad, no sea para tanto.

Si no vas a la gala parece que no pintas nada en este mundillo gastronómico, seas cocinero, distribuidor o periodista especializado. Aunque no sea para tanto.

Yo fui gracias a Bodegas Beronia, que es sponsor y financia uno de los galardones, el del mejor sumiller del mundo. Al menos este año, siendo Valencia anfitriona del evento, ha habido 24 empresas que han hecho exactamente lo mismo. Gracias a ellas una legión de informadores hemos podido viajar para seguir en vivo y en directo la entrega de premios. Ellas han corrido con los gastos del viaje, el alojamiento y las comidas especiales, celebradas ex profeso en restaurantes con estrella (singular o plural) Michelin. Nosotros fuimos a Lienzo. Comimos estupendamente y probamos algunos de los mejores vinos de la bodega riojana, perteneciente al grupo vinícola González Byass.

No sé quién financia el desplazamiento de los cocineros, si es la propia organización de 50 Best o son también firmas presentes en la gala, pero pude ver a delegaciones de restaurantes con más de diez miembros —caso de Central— que venían desde el otro lado del charco, nada menos. De lo que puedo hablar con conocimiento de causa es de que a la prensa nacional e internacional la invitan los patrocinadores, aunque después la repercusión de todo lo que se publique, con la consiguiente publicidad, recae en 50 Best. Eso sí, sin que en ellos pongan ni un sólo euro (o libra, para ser más exactos). En este sentido el negocio es redondo.

A la prensa la invitan los patrocinadores, aunque después la repercusión de lo que se publique, con la consiguiente publicidad, recae en 50 Best.

Este año ha habido varios aspectos que han sido objeto de crítica. El hecho de que el día 20 de junio en Valencia hiciera un sol de justicia, calor y una humedad importante (y esto los de Madrid lo llevamos fatal) no era responsabilidad de los organizadores. Pero sí que el aire acondicionado del recinto fuera casi inexistente. No había más que saludar a muchos señores, trajeados e incluso con esmoquin (protocolariamente era el atuendo requerido) para apreciar que tenían las chaquetas empapadas de sudor, mientras que todo él y la que podía se daba aire frenéticamente con unos abanicos facilitados por alguna de las firmas presentes en los stands.

También muchos asistentes se quejaron de los desplazamientos entre los espacios de celebración previstos, largas caminatas con tacones imposibles que hicieran su mella entre señoras vestidas de largo, que es lo que parecía tocar.

Cuando tuvo lugar la gala Michelin en el mismo sitio, el Palau de les Arts, en 2021 habilitaron buggies de golf para moverse entre los diferentes lugares. Aquí no, y éramos 1.200 invitados. Eso ocasionó también largas colas para todo, para entrar en un recinto, para chequearte en el listado correspondiente, para entregarte la pulsera, subir en los ascensores o para ir al cuarto de baño.

Con una hora de retraso, o puede que un poco más, se inició la gala propiamente dicha, la entrega de premios en un auditorio atestado —menos mal que estaba bien refrigerado—. A pesar de tanta organización, que establece una zona y fila de asientos concreta, cuando tres colegas y yo llegamos a los que nos había asignado, no teníamos sitio. Nos los habían quitado, vete tú a averiguar quiénes.

El espectáculo: una retahíla de restaurantes que aparecen en la lista, jalonado por una serie de premios patrocinados y jaleados por la grada.

Así que nos fuimos a un hueco esquinado que nos recomendó una azafata y ahí nos instalamos a ver el espectáculo: una retahíla de restaurantes que aparecen en la lista de forma descendente, del 50 al 1, jalonado por una serie de premios patrocinados y convenientemente jaleados por la grada. Son los únicos que bajan a recogerlos al escenario porque todos los demás únicamente se levantan de su asiento (los chefs están juntos en el mismo segmento de público) y son enfocados para que el respetable los vea proyectados en la pantalla. Afortunadamente ninguno de los galardonados habla, so pena de hacer soporífera la fiesta.

Entre unos y otros hubo un par de actuaciones de una bailarina contemporánea y una orquesta que tocaba en directo, lo cual es bastante inusual y muy de agradecer, mientras en la pantalla del escenario iban apareciendo los vídeos de los cocineros y restaurantes protagonistas, entre vítores y aplausos.

Vale que la gala sea internacional, pero no se entiende ese desprecio por el país que acoge y —en buena medida— financia la fiesta.

Todo esto amenizado por las presentaciones en un perfecto inglés. Sí, porque en español (ni en valencià) no dieron ni las buenas noches. Ni un hola ni un adiós. Y eso que buena parte de la gala estuvo en manos de una conductora del acto española. Vale que la empresa organizadora sea del Reino Unido, vale que la gala sea internacional y cuente con asistentes de todo el planeta, pero no se entiende ese desprecio por el país que acoge y —en buena medida— financia la fiesta.

Al menos la bienvenida y la despedida en la, por otro lado, lengua predominante en los asistentes (españoles y latinoamericanos eran clara mayoría). Y subtitular las intervenciones en español —a muchos le costaba verdaderos esfuerzos hablar inglés—, o quizás un traductor. Pues no. Sólo dos mujeres se expresaron en la lengua de Cervantes: Pía León, de Central (Lima), y Leonor Espinosa, de Leo (Bogotá). Fueron de las escasísimas palabras pronunciadas en nuestro idioma, ¿os imagináis algo semejante en París, por ejemplo? Yo no.

En el auditorio no había enchufes donde conectar el ordenador y la sala de prensa no contaba con pantallas donde seguir el desarrollo de la gala.

No son las únicas cosas criticables. También hay cuestiones de tipo técnico. Que se lo pregunten a los periodistas que van allí a cubrir la noticia, a dar la información al momento. Porque trabajar allí no es sencillo. 50 Best no facilita el listado con los premios, ni siquiera con la nota de prensa embargada. Por eso muchos colegas tienen que llevarse el portátil para ir escribiendo mientras se producen las noticias de los galardonados. Sin embargo, en el auditorio no había enchufes donde conectar el ordenador y la sala de prensa no contaba con pantallas donde seguir en directo el desarrollo de la gala. Eso por no mencionar que la wifi del Palacio iba y venía a su antojo.

Comentario aparte merece la cuestión del cóctel y la comida. También aquí todo parecía estar pensado para los extranjeros porque comenzaron a pasar las bandejas de canapés a eso de las siete de la tarde (la convocatoria al evento era a las seis) con un calor horroroso y mientras la gente sudaba como pollos. A esas horas y con esa temperatura lo único que te entraba era agua fresquita. Pero el personal se afanaba en darle a la cerveza fría, el vino o los cócteles servidos por los stands patrocinadores (muchos de bebidas espirituosas) en medio de un barullo importante, charanga incluida y un continuo desfilar de gente de la terraza al interior y del interior a la terraza, en busca del aire libre.

Cocineros famosos de España y de todo el mundo se reúnen en esta cita, aunque no están todos: hay ausencias conocidas, deliberadas y notorias.

Era el momento para ir saludando a unos y a otros, cocineros famosos de España y de todo el mundo a los que no es fácil encontrar juntos, salvo en la fiesta de Michelin y algún que otro congreso (hay que decir, en cualquier caso, que no están todos: hay ausencias conocidas, deliberadas y notorias).

El cóctel se interrumpió sobre las ocho y pico de la tarde para mover a los mil y pico asistentes al auditorio, en otro edificio —ya he comentado lo de los pesadísimos traslados—. Tras la gala, más allá de las once y media de la noche, volvimos sobre nuestros pasos, de nuevo al lugar donde se había dado el cóctel de bienvenida. Y hablo en pasado porque de comer había poco. Justo ahora que la gente tenía hambre y buscaba afanosamente algo que echarse a la boca, sólo había bocados dulces.

Preguntamos y nos dijeron que ya habían servido la parte salada antes de la entrega de premios. Así que, mi (nuestro) gozo en un pozo. Visitamos el stand de 5 Jotas donde nos dieron un poco de jamón —sobra decir que estaba desbordado por la demanda— y poco más. Bebidas, eso sí, sin problemas.

No deja de ser contradictorio que en un acontecimiento en el que están los mejores chefs del planeta (y los periodistas que hablamos de ellos) se coma poco y mal.

De la calidad del cóctel previo a la gala no puedo opinar, porque ni lo probé (las malas lenguas dicen que no merecía la pena). Pero, no deja de ser contradictorio que en un acontecimiento en el que están los mejores chefs del planeta (junto con los profesionales del periodismo que hablamos de ellos) se coma tan poco y —me dicen— que tan mal. Algo bastante habitual en eventos como éste.

Algún día contaré cómo la prensa a menudo se queda sin comer en Madrid Fusión, en San Sebastián Gastronómica y congresos semejantes. He visto a muchas colegas sacar del bolso barritas energéticas mientras le pegan a la tecla en la sala de prensa. Eso o un agujero en el estómago. Pero esa historia la contaré otro día.

Post data: ¿Los premiado por los 50 Best no deberían atender a la prensa, máxime cuando son patrocinados por una empresa española y, encima, el premiado es también español? Pues parece ser que no. Por lo menos es el caso de Miguel Millán, sumiller del restaurante DiverXo, que fue reconocido como mejor sumiller del mundo, galardón que patrocina Bodegas Beronia. Esta periodista intentó infructuosamente contactar con él en reiteradas ocasiones y por distintas vías para entrevistarle para Hule y Mantel. No tuvo la deferencia, ni por supuesto la educación, de contestar a mis llamadas y mensajes que, me consta, le llegaron por distintas vías. Ni él, ni el restaurante. Sobran los comentarios.