Más allá de los famosos 'fodechinchos': ¿qué hacemos con los turistas que invaden nuestros bares?

COLUMNA | Un restaurante que no admite madrileños nos invita a reflexionar sobre turistas en busca de lugares auténticos y sobre la gentrificación de nuestros bares favoritos

Iker Morán, periodista y autor en Hule y Mantel

Periodista

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Bar con una turista / Foto: Canva / Más allá de los famosos 'fodechinchos': ¿qué hacemos con los turistas que invaden nuestros bares?
Bar con una turista / Foto: Canva / Más allá de los famosos 'fodechinchos': ¿qué hacemos con los turistas que invaden nuestros bares?

En Galicia sí que saben pasárselo bien en verano. Tras asistir al hundimiento de varios coches cuyos dueños parecen desconocer el complejo mecanismo de las mareas, han decidido declarar un bar como zona libre de turistas.

Concretamente de fodechinchos, un cariñoso nombre con el que conocen a ese especie de turista molesto e invasor que cada verano traslada a la costa norte su idiosincrasia capitalina. No siempre son de Madrid, pero muchos lo son. Es un concepto que, como lo de guiri, todos sabemos a qué y quienes se refieren, pero que deja mucho margen para la ofensa colectiva.

El caso es que en ese bar han aplicado esta singular versión territorial del derecho de admisión que le ha valido críticas y aplausos a partes iguales. No debería hacer falta explicar que su validez legal es nula y que, suponemos, no andarán pidiendo los papeles de empadronamiento a los clientes. Pero seguro que la gracia les ha servido para espantar a algunos de los que no querían en su local. Y a otra gente normal que tampoco se sienta cómoda con estas líneas rojas de brocha gorda.

¿Si nos parece absurdo (lo es) prohibir la entrada de madrileños a un restaurante por ser potencialmente molestos, por qué se considera normal que haya restaurantes que no admitan niños?

El fodechinchogate, no obstante, debería invitar a otras reflexiones. ¿Si nos parece absurdo (lo es) prohibir la entrada de madrileños a un restaurante por ser potencialmente molestos, por qué sigue habiendo personas que consideran normal que haya restaurantes que no admitan niños? Es que igual molestan.

Claro, como los supuestos turistas madrileños que ha vetado este sitio. Es que ya hay muchos sitios a los que pueden ir los niños, no pasa nada porque algunos locales no los admitan... Exacto, como los dichosos fodechinchos. Si jugamos con normas absurdas, juguemos todos.

Porque lo interesante es aprovechar casos concretos y polémicas estivales para poner sobre la mesa preguntas más generales e interesantes. Por ejemplo, se quejaba hace unos días alguien en Twitter al ver a un youtuber (influencer, creador de contenidos, tiktoker… lo que sea) grabando en un bar del barrio de la Barceloneta. Uno de esos que resisten sirviendo mayoritariamente a locales.

¿Tienen que ser nuestros bares favoritos un coto privado y secreto para que no nos molesten otros nuevos clientes?

¿Qué necesidad hay —se preguntaba— de hacer que esto se llene de turistas y fastidien a la clientela habitual? La duda es muy razonable. Pero plantea otras. ¿Acaso el bar en cuestión no tiene derecho a facturar más ampliando su clientela? ¿Tienen que ser nuestros bares favoritos un coto privado y secreto para que no nos molesten otros nuevos clientes?

Más dudas para las que, al menos yo, no tengo respuesta. ¿Si nos reímos de los turistas que acaban siendo timados en las Ramblas, tampoco queremos que vayan a restaurantes buenos, de los que nos gustan? ¿Acaso cuando viajamos no somos los primeros en buscar lugares auténticos —signifique lo que signifique eso— en los que comer y beber?

Tengo más. ¿Y qué hacemos con esos youtubers que se graban mientras comen y recomiendan sitios? Lo fácil es el chiste, la sospecha de chanchullos, o echarse las manos a la cabeza al ver que algunos dicen lo mismo, da igual si están en Mugaritz o en Burger King.

El problema es que no son ellos los únicos responsables de buscar el click fácil a base de títulos de mierda, o promesas grandilocuentes sobre el mejor o peor lo que sea de su vida cada semana. No han inventado nada, por mucho que estén convencidos de ello. Hacen exactamente lo mismo que hacemos los medios.

También cuando jugamos a descubrir ese lugar secreto del extrarradio en el que comer por menos de 10 euros, y el bar en cuestión acaba lleno de modernillos en busca de auténtico ambiente de barrio, expats y turistas.

Una combinación que aumenta la facturación, pero destruye ecosistemas locales. Y que no siempre resulta rentable a la larga porque cuando pasa la euforia y los nuevos clientes van en busca del siguiente lugar de moda, la clientela habitual del bar igual ya se ha marchado.

En Twitter todo es bastante más sencillo, pero luego en el mundo real llegan las contradiciones y es fácil acabar siendo potenciales gentrificadores al mínimo descuido.

En Twitter todo es bastante más sencillo, pero luego en el mundo real llegan las contradiciones y es fácil acabar siendo potenciales gentrificadores al mínimo descuido.

Al lado de mi casa han abierto dos cafés de especialidad en los que rara vez se ve a algún vecino, pero este agosto confieso haber tomado café en lugares que perfectamente podrían ser esos de mi barrio. Evidentemente, no es lo mismo tomarte por ahí un flat white o darle a la tecla recomendando bares de mercado que tener siete pisos turísticos, pero ya nos entendemos.

De hecho, los mismos que aplauden —aplaudimos— con las orejas la estupenda nueva aplicación que recoge los mejores sitios de esmorzar de forquilla de Cataluña es posible que renieguen si luego su local habitual se empieza a llenar de visitantes, su mesa favorita ya no está disponible o puede que incluso, con las prisas en cocina, el cap i pota ya no está igual que antes.

¿La culpa? Esos pixapins de Barcelona que vienen aquí a molestar. Que los fodechinchos tampoco han inventado nada.

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