Instrucciones para crear una dieta: romantiza el Mediterráneo, cúbrelo con AOVE y deja reducir

COLUMNA | La dieta mediterránea, idealizada como modelo nutricional y patrimonio cultural, es una creación moderna que omite y distorsiona las diversas realidades históricas

Maura Sanchez

Gestora cultural

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Algunos alimentos asociados a la dieta mediterránea en una cocina italiana / Foto: Canva
Algunos alimentos asociados a la dieta mediterránea en una cocina italiana / Foto: Canva

Aprovecho unos días en Madrid para visitar la exposición Convivium. Arqueología de la dieta mediterránea en el Museo Arqueológico Nacional. Disfruto viendo queseras abulenses de la edad del Bronce, anzuelos de pesca marroquíes del siglo I y hasta huesos con signos de desnutrición. También descubro cómo era eso de comer juntos antes de las mesas y los comedores, una costumbre, el convivium al que se refiere el título, que ya alababa Cicerón en la cita con la que se abre la muestra.

Pero no es hasta que llego al texto que la cierra, sobre la inscripción de la dieta mediterránea como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO en 2013, que no caigo en lo problemática que es la expresión “dieta mediterránea” y, además, ponerla junto a la palabra “arqueología”. 

La primera red flag asoma cuando me entero de que la candidatura la presentaron Portugal, España, Marruecos, Italia, Croacia, Grecia y Chipre, es decir, solo siete países de los 21 que baña el Mediterráneo. A pesar de la desproporción numérica, de que no hay ningún país de Oriente Medio (pero sí está Portugal) y solo uno africano, la UNESCO la aceptó igualmente. 

¿De la dieta de quién estamos hablando? De la de países europeos en su mayoría blancos y no musulmanes que han hecho un ejercicio etnocéntrico de apropiación cultural de manual.

Entonces, ¿qué sentido tiene llamarla “mediterránea” cuando excluye a más de la mitad de quien vive allí y (supuestamente) la practica? ¿De la dieta de quién estamos hablando? De la de países europeos en su mayoría blancos y no musulmanes que han hecho un ejercicio etnocéntrico de apropiación cultural de manual. O eso o que piensan tanto en el Imperio Romano como para creer que el Mediterráneo aún sigue bajo su dominio. 

La segunda red flag aparece cuando leo que la dieta mediterránea “comprende una milenaria manifestación cultural que trasciende al mero acto nutricional” para luego enumerar todo aquello que la haría tan singular para ser patrimonializada: “las técnicas de elaboración de alimentos, las formas de transporte y comercio, las prácticas sociales y rituales de compartir la comida…”.

Me pregunto, ¿esta es la singularidad de la dieta mediterránea? ¿Acaso no se puede decir lo mismo de cualquier cultura alimentaria perteneciente a cualquier grupo humano? No creo que haya comunidad, cerca o lejos del mar, que no haya creado formas igual de singulares de compartir la comida, elaborar los alimentos o darles significado a través de rituales. 

Aunque lo que más me inquieta es ese hincapié en explicarle a la UNESCO, una institución cultural, que la dieta mediterránea “trasciende lo nutricional”. Me resulta difícil imaginar que, al solicitar la inscripción de un patrimonio material como, por ejemplo, la Alhambra, sea necesario aclarar que “trasciende lo residencial” y que lo que se quiere proteger es su valor cultural y artístico, no su valor funcional, aunque inequívocamente también lo tenga. 

¿De qué hubo que convencer entonces a la UNESCO: de que la comida es cultura o de que la dieta mediterránea lo era y, por tanto, merecía su protección?

¿De qué hubo que convencer entonces a la UNESCO: de que la comida es cultura o de que la dieta mediterránea lo era y, por tanto, merecía su protección? Tanta explicación es sospechosa. 

Como lo es la palabra “milenaria”, que insinúa que la dieta mediterránea es una realidad preexistente y que los objetos en exhibición son pruebas de su supuesta antigüedad. Aunque la exposición sostiene en buena medida este discurso, ya desde su título, a la vez muestra lo contrario: que esa dieta no es milenaria ni, mucho menos, es solo una

Por ejemplo, cuando muestra que mucho de lo que identificamos como mediterráneo (arroz, naranja, berenjena, maíz, patata, tomate) procede de fuera de sus confines y llegó en diferentes épocas, o cuando explica cómo la clase social, las guerras, las hambrunas o el cambio en los gustos y valores condicionan lo que se puede o no comer.

Esta ambigüedad en la que navega la exposición, que flota en todas las aguas sin ahogarse, pero también sin mojarse es, a mi parecer, fruto de la dificultad de defender culturalmente un concepto como el de dieta mediterránea, proveniente de un discurso médico y cuestionado desde su invención en los años 50 por el fisiólogo estadounidense Ancel Keys.

La dieta mediterránea, que incluiría un consumo abundante de verduras y frutas, y moderado de carne y usaría el aceite de oliva como grasa principal, se propuso como un modelo nutricional saludable para combatir las llamadas enfermedades de la opulencia, como las cardiovasculares

La cuestión es que ese ideal culinario común a todo el Mediterráneo no corresponde con ninguna realidad histórica, sino que es el resultado de una mirada colonial.

La cuestión es que ese ideal culinario común a todo el Mediterráneo no corresponde con ninguna realidad histórica, sino que es el resultado de una mirada colonial que romantizó el mundo de la escasez, folclorizando a sus habitantes en un lugar utópico más parecido a un imaginario de postal.

Esta idealización omite aspectos importantes de las tradiciones culinarias presentes en el Mediterráneo, de la que, y aceptando que existiera, esa dieta mediterránea sería solo una entre las diversas formas de alimentarse.

Porque si con el ojo derecho vieron el aceite de oliva, el izquierdo se lo debieron tapar para no ver el papel histórico de la fritura o de la manteca de cerdo. ¿Es esto menos mediterráneo? ¿Es menos cultural? Claro que no. Solo que no encaja en ese concepto de lo que es saludable y para quién lo es. Y, entonces, lo disfrazamos. 

¿Dónde habré visto yo esto antes? Me recuerda a cierto Villar del Río, ese berlanguiano pueblo manchego que se convirtió en andaluz para complacer con alegría a ciertos americanos, gordos y sanos.

*La exposición 'Convivium. Arqueología de la dieta mediterránea' se puede visitar en el Museo Arqueológico Nacional hasta el 15 de septiembre de 2024. 

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