A la altura de una hamburguesería delante del cine Floridablanca de Barcelona, me sorprendió una nutridísima cola, de esas con la gente guiada por conos de tráfico con cadenita. ¿Regalan hamburguesas? ¿Es barato de derribo? Ni por asomo. Cada hamburguesa —burger a partir de ahora— cuesta 13 euros. Las patatas fritas, unos siete. Pero siempre te puedes zampar el combo, con patatas pequeñas y bebida, a 15. Una hora y media de cola para comer una burger de 13 euros.
Al lunes siguiente me enteré de que se trata de Smash Hiro, una hamburguesería dedicada a la smash burger —eso de chafar la pelotita de carne picada en la plancha para que quede crujiente— propiedad del youtuber Esttik (4,48 millones de suscriptores). Y encaminé mis pasos hacía allí, en pos de la candente noticia. Para mi sorpresa, me encontré al mismo Estti braseando burgers: un amabilísimo joven malagueño que me explicó que "hasta hace poco no sabía ni freír un huevo, pero me pasé los dos años de pandemia encerrado aprendiendo a hacer burgers". Esttik ha alcanzado la fama a base de subir retos gastronómicos a la web: comerse un ramen de cinco kilos o devorar nueve perritos calientes en 10 minutos, por ejemplo.
El youtuber convertido en 'burgerman' había sido manager de un McDonald's, donde había aprendido
La burger estaba bien buena, que dirían Wilfred y la Ganga —luego me enteré que Esttik había sido manager de un McDonald's: reproduce ese modelo con mejor material— pero el público ya estaba ganado de antemano, claro. Desde chavales de 17 años de Madrid —que parecía que hacían campana para venir— a dos economistas de mi edad que me dieron una clase magistral sobre lo bien que Esttikk saca partido de la reacción de Maillard. No es lo mismo, claro, abrir un restaurante siendo perico de los palotes que con cuatro millones de seguidores: todo el mundo en la sala estaba emocionado, menos yo (que sigo sin verle el qué a pagar una pasta por una burger más fritas decente y moliente).
Y entonces recordé el día que fui a comer a GoXO. Tienen cosas en común, pese a que uno sea el restaurante del supuesto mejor cocinero del mundo, y otro el garito de un chicarrón que hace tres días que aprendió a hacer una mayonesa. Los dos son restaurantes de raíz digital, nacidos en redes sociales y trasladados a la realidad: se han concebido como una extensión del social media. Y abandoné los dos con una sensación de insustancialidad y una cierta pesadez en la barriga.
Otro aspecto que hermana a Esttik con la alta cocina es ese discurso entusiasta sobre la superación personal y profesional
Son sitios en los que la comida no es mala, pero que tienen más que ver con un plató de Instagram que con un lugar al que vas a disfrutar de una buena comida y a comunicarte con alguien. Otro aspecto que hermana a Esttik con la alta cocina es ese discurso entusiasta sobre la superación personal y profesional, tan recurrente en las entrevistas de los cocineros Michelin. En resumen: un ejemplo perfecto de cómo las redes sociales, algo vaporoso que sólo puedes tocar en tu pantalla, inciden en lo físico y te dan una hostia de realidad con la mano plana.
La crisis audiovisual (música y cine) propiciada por el todo gratis de las descargas, se resolvió con el advenimiento y monopolio absoluto de los servicios de streaming (y unos niveles de venta de vinilos que crecen pero son anecdóticos). Siempre pensé que la restauración y la cocina estaban protegidas de esta situación: no puedes descargarte un fricandó o ripear unos buñuelos como un CD. Pero ahora no lo tengo tan claro.
Si los restaurantes 'tiktokeros' logran petarlo, media humanidad olvidará lo que es cocinar sano
En 2022 leí que TikTok iba a lanzar su propia cadena de restaurantes, basada en la preparación y delivery de los platos más virales en la red. Todavía no ha ocurrido, pero tengo la sensación de que esta espada de Damocles caerá cualquier día. Si TikTok ha conseguido que millones de jóvenes no puedan reunir más de 30 minutos de concentración para asimilar un texto, bien puede enterrar (todavía más) a la cocina pragmática y cotidiana. Han conseguido que parte de la juventud se identifique con un modelo de cuerpo y de belleza irreales.
Si los restaurantes tiktokeros lo petan, conseguirán que media humanidad —la que está en edad de crecer y reproducirse, ejem— olvide definitivamente lo que es cocinar algo sabroso pero sano y que además contiene un pedazo de su identidad cultural. Esta será la crisis de las descargas aplicada a la comida.