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A cuchillo

Las ferias de las banalidades: alcohólicos sin vergüenza y 'manguis'

COLUMNA | Hay quien entiende las ferias del vino como una barra libre donde emborracharse, sin atender al trabajo que detrás de cada botella realiza un elaborador

4 minutos

Mujer robando una botella de vino / Foto: Canva / Las ferias de las banalidades: alcohólicos sin vergüenza y 'manguis'

Hace unas semanas asistí a la feria que organiza Vinalium para sus franquicias. Una oportunidad muy bonita que brinda la organización a sus franquiciados para que conozcan las bodegas que venden en su tienda. La feria es una fiesta donde existe la posibilidad real de acercamiento entre el bodeguero y el cliente final, y viceversa. Y de eso van las ferias del vino, de conocimiento.

Siempre me ha encantado asistir a ellas: el conocimiento al alcance de tus manos, poder preguntar sobre tu vino fetiche de cualquier bodega, los procesos que utilizan, ver lo majos que son la mayoría, una pasada. Imaginen cualquier tipo de hobby o pasión que tengan, el hecho de tener la oportunidad de conocer a sus “ídolos”, de charlar con ellos. Qué digo, no imaginen, de hecho ya existen: ferias del libro, del cine, la danza, la música, etc. 

Pues resulta que en estas ferias del vino se junta muchas veces lo peorcito de nuestra sociedad. Lo cual demuestra que, como he dicho en algunas ocasiones, tenemos a alcohólicos sin vergüenza a nuestro alrededor. ¿Por qué digo esto? Sencillo.

Resulta que en estas ferias del vino se junta muchas veces lo peorcito de nuestra sociedad. Lo cual demuestra que tenemos a alcohólicos sin vergüenza a nuestro alrededor.

Justo cuando fuí al excusado sobre las 3 de la tarde, como las paredes de los baños son finas, pude escuchar al compañero de al lado vomitar. Sí, vómito (así de crudo) de una persona que supuestamente ha ido a una feria del vino a cono… beber. Es lastimoso ver todo esto. Ya sea en la Barcelona Wine Week o en la Fira de Vins Naturals, da igual si estoy en los pasillos visitando o detrás del stand sirviendo, la escena se repite

Una horda de personas nada atentas al proyecto que tienen delante, una deliberada y reiterada llegada de personajuchos interesados nada más que en beber. Alcoholizarse. No les importa nada lo que se sirve en la copa, ni de dónde procede, ni quién lo hace... sólo les importa beber. Beber, beber y más beber. Triste pero real.

Se interpreta la feria como la barra libre de una boda u otra celebración, en la que se normaliza el alcoholizarse hasta acabar ebrio. Un gran ejemplo, muchas veces, de las miserias de nuestra sociedad. 

Se interpreta la feria como la barra libre de una boda u otra celebración en la que se normaliza el alcoholizarse hasta acabar ebrio.

Cabe decir que a este tipo de homínidos les acompañan los trepas e incluso los manguis. Los trepas os daréis cuenta de quién son, ya que rápidamente te piden algo. Una botella o, en el caso de las ferias alimentarias, una pieza entera porque con una muestra no se quedan a gusto.

Hablando del tema con Laia Antúnez, editora de Hule y Mantel, me comentaba que en la pasada feria Alimentaria hubo gente que intentaba robar jamones colgados. Vamos a ver, ¿quién va a una feria y se descuelga un jamón para llevárselo? Es un estado tal de miseria, que no logro comprender nada.

Estos amigos de lo ajeno operan también en las ferias vinícolas. Sin ir mas lejos, el bodeguero Primitivo Collantes contaba que en la Barcelona Wine Week tenía dos stands y que en uno de ellos le robaron dos botellas. Lo dicho, unos miserables. Porque al final les importa un pepino si detrás del stand está alguien grande o pequeño, lo cual tampoco justifica el robo, lo importante es el robo en sí.

Al final les importa un pepino si detrás del stand está alguien grande o pequeño, lo cual tampoco justifica el robo, lo importante es el robo en sí.

Para finalizar, están los ladrones de cadáveres, aquellos que, esperando las últimas horas de la feria, van pasando por los stands para pedir a los expositores las migajas. O simplemente robarlas, cosa que vi una vez hacer a un famoso escritor de Verema, sitio que concibo como el Forocoches de los vinos, y donde evidentemente hay de lo mejor y lo peor del sector.

Con un amigo y dos mochilas en el brazo pasaban por los stands mirando aquí y allá y llevándose botellas a medio acabar o con culines. Estos buitres supongo que días después suben a sus redes sociales que han tomado estos vinos, como si los hubieran comprado o adquirido de forma lícita. Son, como bien dice Santiago Rivas, los etiqueteros. Gente que vive sólo de subir fotos de vinos que realmente nunca han tomado o apreciado como bien merecen.

Sea como fuere, estas ferias lejos de ser una fiesta de acercamiento entre consumidor y bodega, se acercan a lo mas banal del ser humano. A través del vino, ese tipo de personas se embriagan y ofrecen su versión más precisa de su Hyde interno. Personas que convierten el vino, relato líquido y parte idiosincrásica de nuestra cultura, en la ponzoñosa excusa para sacar sus miserias. 

Les conmino a acercarse a las ferias con otra perspectiva. A enamorase del relato que hay detrás de cada botella, barrica o cepa, un cuento embriagador, eso sí, de cultura enriquecedora.

Desde este púlpito cedido por Hule y Mantel, les conmino a acercarse a las ferias con otra perspectiva. No es otra que dejarse llevar por el relato de los profesionales que ahí pueden conocer. Les invito a enamorarse de nuevo, sí, el amor por algo bonito y hecho con alegría, esfuerzo y tesón, como hacen la mayoría de nuestros elaboradores. Un relato detrás de cada botella, barrica o cepa, un cuento embriagador, eso sí, de cultura enriquecedora.

No se lo piense, la próxima vez emborráchese de ello. De autenticidad. Y cuando nos volvamos a cruzar en un excusado, buen amigo, vomite. Vomite millones de palabras que conformen un relato apasionado y vívido de lo que es una bodega. Y no es otra cosa más que un elaborador, sus viñas, una añada y todo ello en una botella de vino. ¡Salud!

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