A una Gala Michelin es importante llegar con tres lecciones bien aprendidas de casa. La primera es que nunca se sabe a qué hora ni qué se va a cenar, así que mejor haber merendado fuerte. La segunda: relativizar la importancia de lo que, durante unas horas y en la burbuja gastronómica que nos movemos, parece el centro del universo.
"Me voy ya que hoy tengo lo de Michelin", comentaba un rato antes en el parque junto a otros padres y madres del cole. Pese a estar en Barcelona y que la gala se celebraba aquí, la inmensa mayoría no sabía ni de qué hablaba. Ni seguramente le interesaba lo más mínimo. Bienvenidos a la vida real.
Y por último, pero posiblemente lo más importante: Michelin es una guía privada que entrega los premios que le da la gana, a quien le da la gana y basado en unos criterios sobre los que todos opinamos, pero que en realidad nadie conoce. Pese a ello, protestar en voz más o menos alta por las decisiones de la guía y las ausencias es ya una tradición. Como el selfie de Quique Dacosta con los triestrellados. Ahora, por cierto, ya son quince, la foto es cada vez más complicada.
Michelin es una guía privada que entrega los premios que le da la gana, a quien le da la gana y basado en unos criterios sobre los que todos opinamos, pero que en realidad nadie conoce.
Esta vez nadie trabajaba con material embargado. Quienes siguieran en directo la gala igual lo notaron por la cantidad de ordenadores abiertos y las caras de mal humor de la prensa. Pero todos íbamos más o menos con nuestras apuestas hechas y algo adelantado. Lo de Noor se daba por seguro. También sonaban Skina y Casa Marcial, pero al final, y contra los rumores de última hora, Disfrutar acabó siendo el protagonista de la noche. No se trata de quitarle mérito a Paco Morales y su cocina, pero ellos jugaban en casa.
El auditorio en pie aplaudiendo esa tercera fue, sin duda, el gran momento de la velada. Por su cocina, técnica y el trabajo en sala hace años que la merecen. Pero es que además ocurre otra cosa: Oriol Castro, Eduard Xatruch y Mateu Casañas caen especialmente bien por su perfil discreto y la humildad que destilan. Ellos eran los primeros, antes de entrar a la ceremonia, convencidos de que se iban a ir de vacío. Por suerte, se equivocaron.
Oriol Castro, Eduard Xatruch y Mateu Casañas caen especialmente bien por su perfil discreto y la humildad que destilan.
“No se han atrevido a no dársela”, se comentaba en los corrillos en la fiesta posterior. Cuesta creer que a estas alturas a Michelin le importen estas cosas y ceda a una suerte de presión popular, pero es verdad que esta noticia de última hora ha conseguido dar cierta alegría a una noche agridulce.
Y es que la racanearía de Michelin con Barcelona era una de las noticias hasta ese momento. No es que lo de Disfrutar compense lo demás, pero las estrellas para Quirat y para Suto eran lo único que se quedaba en la ciudad y en Cataluña.
Nos ahorramos la enumeración de la media docena de lugares que, sin pensar demasiado, se nos ocurren como merecedores de, al menos, una estrella. Que el auditorio estuviera lleno de cocineros y cocineras de muchos de ellos, invitados a la gala, hace que la decepción sea especialmente dolorosa.
Nos ahorramos la enumeración de la media docena de lugares que, sin pensar demasiado, se nos ocurren como merecedores de, al menos, una estrella.
Porque la alegría por Disfrutar y por la segunda de los hermanos Echapresto y su Venta Moncalvillo contrastaba con otra de las noticias de esta edición. O, mejor dicho, la pregunta: ¿qué le pasa a Michelin con Enigma?
El restaurante de Albert Adrià sonaba para la segunda y tenía toda la lógica. Hace ya tiempo probamos su menú degustación, al que volvía tras experimentar con otros formatos, y el nivel era altísimo ya en aquellas primeras semanas de rodaje. Incluso sin entrar en las siempre odiosas comparaciones, para todo el mundo parece ser evidente que una estrella se le queda muy corta. Menos, por lo visto, para los inspectores.
Quienes también se escandalizan por la única estrella de Etxebarri seguro que ahora tienen tema de conversación: Txispa la acaba de conseguir pocos meses después de su apertura en el mismo pueblo de Bizkaia donde está el que seguramente es el asador más famoso del mundo.
El enfado público de Bittor Arginzoniz por la competencia del que durante una década fuera su discípulo entra ahora en una nueva fase gracias a Michelin. Esta faceta de los inspectores como guionistas del culebrón gastronómico del momento no la vimos venir, pero seguro que ha dado mucho juego en los corrillos de la fiesta tras la gala.
Una cita en la que, la verdad, se ha comido y bebido muy bien, algo que no siempre ocurre. Se agradece, sobre todo cuando quienes hemos venido a trabajar cerramos los portátiles, dejamos por fin la mochila en el suelo y comprobamos que todavía queda algo para picar y tomar.
Lo de hablar sólo en masculino, por cierto, no es una concesión al neutro de la RAE, es un reflejo de lo que ha vuelto a ocurrir en esta edición. La foto de grupo habla por sí sola.
Esta es la fiesta de los cocineros, no de la prensa, nos habían avisado. Dicho así suena un poco brusco, pero es una buena forma de decir que esta vez nadie iba a tener la información antes, ni iba a poder avisar a los cocineros por adelantado. Y parece que lo consiguieron.
Lo de hablar sólo en masculino, por cierto, no es una concesión al neutro de la RAE, es un reflejo de lo que ha vuelto a ocurrir en esta edición. La foto de grupo habla por sí sola. Y por mucho que desde Michelin se insista que ellos sólo son notarios de una realidad que no deciden, a quien no le chirríe igual tendría que hacérselo mirar.
Pero, volviendo a las novedades, las estrellas Verdes, que para muchos suenan a premio de consolación, cobran todo su sentido cuando aterrizan en lugares en los que la sostenibilidad no es un párrafo de la nota de prensa, si no la esencia misma del proyecto. Así que nos alegramos mucho de las que llegan a Molino de Alcuneza en Guadalajara y L’Algadir, el hotel gastronómico que tanto hace por la gastronomía del Delta del Ebro.
Las estrellas Verdes cobran todo su sentido cuando aterrizan en lugares en los que la sostenibilidad no es un párrafo de la nota de prensa, si no la esencia misma del proyecto.
¿Lo mejor de la noche? Ver en directo la alegría de Juanjo Mesa León del restaurante Radis en Jaén al anunciarse su primera estrella, y su emoción al ver el vídeo en el que, en casa, su familia recibía la noticia. No es que estuviéramos cotilleando su móvil, es que estaba sentado justo delante y nos ha parecido uno de esos momentos que reconcilian a cualquiera con Michelin y dan sentido a la gala.
Nos vamos pronto, antes de que empiece la fiesta de verdad. La primera, porque nos consta que luego hay otra en Cabaret, del hotel The Barcelona Edition. Suena música de hace unas décadas que triunfa entre un público donde hay seguramente más usuarios de Facebook que de TikTok. Son las doce y mientras salimos por la puerta vemos que Jaume Collboni, el alcalde de Barcelona, sigue por allí. Es su primera Gala Michelin, se entiende la emoción.
Vemos también a los compañeros de La Picaeta entrevistando a Francis Paniego y nos parece escuchar que le están preguntando eso con lo que siempre bromeamos los que mezclamos cocina y política: ¿Qué le parece que a la Michelin se le llame la guía roja? Estaremos atentos a su respuesta.