«A ver, españoles, ¿cómo puñetas llamáis a esa comida de media mañana que no es ni desayuno ni almuerzo? No me refiero al brunch, sino, en el día a día, cuando paras a las 12 a picar algo ligero para aguantar hasta la hora de comer. Lo que los valencianos llamamos "almuerzo"». Hace unos días lancé esta pregunta por Twitter porque, como valenciana y traductora, la polisemia del almuerzo me ha puesto en más de un aprieto. Estaba buscando un término que fuera de uso más bien común, cosa poco habitual en la jerga gastronómica española. No obstante, gracias al hilo de respuestas que suscitó mi pregunta me vi sumergida en un fascinante viaje por nuestras costumbres gastronómicas y nuestra historia.
Las respuestas no tardaron en llegar: picoteo, tentempié, piscolabis, segundo desayuno, desayuno de media mañana, mediamañana, redesayuno… «Hamaiketako, “lo de las once” en euskera», leí en un tuit. Luego en otro. Y en otro. «Qué relación de ideas más curiosa hacen en el País Vasco», pensé. «Yo lo llamo “tomar un pincho”, pero mi abuelo decía “tomar las once”». Y otra respuesta similar, y otra. ¿Tomar las once? Me sorprende, me encanta, me maravilla esta coincidencia, esa manera tan poética de asociar el refrigerio con las horas. Compruebo que es una expresión que cada vez se usa menos. Me entristezco.
Siempre he pensado que hay un lazo invisible, pero firme, que une a la cocina y las palabras
Siempre he pensado que hay un lazo invisible, pero firme, que une a la cocina y las palabras, y que esa extraña unión refleja muy bien los cambios de una sociedad. Leyendo esas respuestas me doy cuenta de que estoy ante uno de esos casos.
Llegan otras propuestas: aperitivo, vermú, tomar un café, brunch… Todas válidas, todas correctas, todas más recientes. Incluso descubro que hamaiketako es un término más bien reciente, pues antaño en el País Vasco decían amarrataco, «lo de las diez». De nuevo, las horas. Siento curiosidad por esa asociación a las horas y empiezo a investigar. Descubro que en catalán también existe la expresión fer deuhores (literalmente, hacer diez horas), pero que apenas se usa hoy. Por lo que veo, son expresiones que, sobre todo, se empleaban en entornos rurales, por la gente que trabajaba en el campo.
De manera progresiva las comidas se han ido atrasando en todas partes
Sigo buscando y encuentro la obra titulada En torno al periodismo y otros asuntos, escrita por Joaquín Edwards Bello y publicada en Santiago de Chile el año 1969. En una entrada dedicada a la expresión de marras leo: «La expresión tomar las once tiende a desaparecer. (…) De manera progresiva las comidas se han ido atrasando en todas partes». Está hablando de Chile, por supuesto, pero creo que ya tengo un hilo del que tirar.
Consulto el Mapa de diccionarios de la RAE y veo que a medida que la expresión «tomar las once» pasa a ocupar un lugar cada vez menos importante en sus sucesivas ediciones, otras palabras como "aperitivo" no solo se emplean más desde mediados del siglo XX, sino que, además, han mutado para acabar adoptando el significado que tienen hoy, ocupando así el lugar de sus predecesoras. Confirmando lo que sospechaba.
En España hemos dejado de tomar las once porque se produjo un éxodo rural brutal. Porque en las ciudades, los trabajos, los ritmos y los horarios eran diferentes y expresiones como fer deuhores dejaron de tener sentido. En lugar de «tomar las once», ahora tomamos pinchos, cafés, aperitivos y vermús porque hemos adoptado costumbres más cosmopolitas. Ya no paramos en el campo para comer pan, cebolla, huevo y chorizo, como leí en la obra de Edwards Bello.
Ahora lo hacemos en bares bulliciosos donde el café se derrama sobre las tazas, puede que para tomarlo solo o puede que para acompañarlo con una tostada, un pincho o un croissant. Puede que paremos a las 10 o puede que a las 12. O puede que no haya ni pausa y piquemos algo a las prisas.
En ese éxodo del campo a la ciudad, las palabras, que están a nuestra merced, se adaptaron a su nuevo entorno
En ese éxodo del campo a la ciudad, las palabras, que están a nuestra merced, se adaptaron a su nuevo entorno. Conforme hemos cambiado de hábitos alimenticios y como sociedad, hemos adaptado nuestro lenguaje. Por eso hemos pasado de tomar las once a tomar un café, y del amarrataco los vascos pasaron al hamaiketako.
Al final no obtuve la respuesta que buscaba con aquel tuit, pero, gracias a él, durante un par de días, más de cien personas retiraron el polvo a expresiones que llevaban años esperando a ser usadas de nuevo. Expresiones que ya solo usan los más ancianos o en zonas muy concretas. Palabras que huelen y saben a campo, sol, aire puro, esfuerzo, vino, pan y cebolla. Reflejos de cómo hemos cambiado.