No tengo el gusto de conocer en persona a ninguno de los dos protagonistas de esta historia, pero sí bastante claro a quien elegiría para compartir mesa. Y, a la vista de lo que se lee por Twitter estos días, parece que no estoy sólo y hay un criterio bastante unánime a la hora de elegir bando entre el influencer Cenando con Pablo y el gastrónomo Eric Vernacci.
¿Qué ha pasado?, se preguntarán quienes tengan una vista suficientemente interesante como para no andar pendientes de la última movida en redes sociales. Por resumir: el conocido youtuber Pablo Cabezali (Cenando con Pablo) publicó un corte de uno de sus vídeos en el que se le veía zampando una hamburguesa en Donosti.
No es fácil comer delante de la cámara y menos una hamburguesa, así que el chorreo de salsa es parte del guion. Salpicado de comentarios que, digamos, no aportan demasiado. Pero eso también es un clásico de este formato.
No es fácil comer delante de la cámara y menos una hamburguesa, así que el chorreo de salsa es parte del guion. También los comentarios que no aportan demasiado, otro clásico de este formato.
También es verdad que a Dabiz Muñoz le dejamos salir comiendo a cucharadas una tortilla poco hecha, pero al pobre Pablo no le pasamos ni una. No nos engañemos: muchos le tienen ganas, y reírse de los influencers es uno de los deportes nacionales que mejor se nos dan. Y con razón muchas veces, ojo. A cambio, él en ese minuto igual ha ganado más que la mayoría de periodistas gastronómicas en un mes. Por decirlo todo.
Total, que Eric Vernacci —vicepresidente de la Academia Madrileña de Gastronomía y conocido gastrónomo— fue uno de los que mostró su disgusto con el vídeo de la hamburguesa. “El comportamiento es el mismo con una burguer y en un tres estrellas. Camiseta y esos modales…”, comentó.
Pese a que recibir críticas es parte del juego de cualquiera que comparta contenidos, se ve que esta dolió lo suficiente como para entrar al trapo en X (antes Twitter). “Debe de ser duro que te lean 100 personas a la semana y la repercusión sea nula. Bienvenido al siglo XXI”, le respondió el youtuber. ¡Pelea!
'A Don Eric Vernacci no se le toca, niñato', parece ser a grandes rasgos el resumen del alud de comentarios.
“Duro no, porque no pretendo vivir de esto ni utilizar a los seguidores en beneficio propio. Monetizar la atención del resto te obliga a aparentar ser lo que no eres, y a tomar posturas sobre lo que no conoces. Quizá en unos años aprendes modales, a estar en una mesa, y gastronomía”, le respondió Vernacci, con dureza pero con su característica educación.
Como señala más de uno en el jugoso hilo de comentarios generado, pese a los números espectaculares que maneja Cenando con Pablo y su evidente relevancia en ciertos ámbitos, esta batalla la tiene más que perdida. “A Don Eric Vernacci no se le toca, niñato”, parece ser a grandes rasgos el resumen del alud de comentarios.
¿Estamos ante una nueva batalla generacional o son simplemente dos estilos muy diferentes de comunicar sobre gastronomía?
¿Estamos ante una nueva batalla generacional o son simplemente dos estilos muy diferentes de comunicar sobre gastronomía? ¿O tal vez es un capítulo más de esa vieja pelea entre influencers y gastrónomos que tantos momentos memorables nos da de vez en cuando? Un poco de todo, cabe suponer.
La verdad es que no soy público objetivo de Pablo y sus vídeos, pero sería injusto no reconocer el mérito de lo que hace y su capacidad de llegar a mucha gente. Youtube y la redes son una jungla y crear contenido que genere tanto tráfico es un trabajo muy duro que, eso sí, requiere ciertos peajes.
Como por ejemplo tratar a tu audiencia como si fuera un poco tonta, y darles cada día una ración un poco más alta del mismo menú. También puedes negarte, claro, pero pasa factura en cuanto a visibilidad, alcance y monetización. En definitiva, es lo mismo que lleva muchos años haciendo la televisión o, para ser más concretos, MasterChef. Así que tampoco han inventado nada estos influencers.
No se trata de divulgar, enseñar o descubrir lugares interesantes, sino de enganchar a la audiencia.
No se trata de divulgar, enseñar o descubrir lugares interesantes, sino de enganchar a la audiencia. Y para eso hacen falta ganchos: un menú carísimo, una buena clavada en tal ticket, hacer la pelota a los grandes de la gastronomía y atacar a los más desconocidos, probar alguna que otra cosa rara…
Muchas anécdotas y poca información. Si suena familiar es porque buena parte de la prensa gastronómica también hace —hacemos— lo mismo. “El truco de Chicote para hacer la tortilla perfecta” siempre tendrá más audiencia que un artículo sobre la historia de un plato, las condiciones laborales en el campo, o el papel de las cocineras en la España vaciada.
Asumida la autocrítica, repartamos un poco. Porque los famosos no se hacen solos, los alimentamos entre todos. De hecho, muchos de los que se echan las manos a la cabeza ante las tonterías de Pablo estarían más que dispuestos a ponerle una alfombra roja en su casa para que grabara un vídeo allí.
Si Cenando con Pablo y otros youtubers y tiktokers han pasado por muchos de las grandes restaurantes del país es porque alguien les ha dado luz verde. Nunca se sabe si pagando o no —ese es otro tema— pero ahí están con sus cámaras, focos, trípodes... Vaya, que no son cosas que se hagan en secreto o sin que haya, al menos, un permiso previo.
Porque, guste o no, este tipo de vídeos llenan restaurantes. Igual no esos de los que nos pasamos el día hablando en nuestra burbuja gastronómica, pero sí los que se frecuentan en el mundo real.
Es muy fácil hacerle ascos a Cenando con Pablo y compañía. Pero, salvando las distancias, recuerdan un poco a lo que ocurre con El Hormiguero. Qué repelús Motos y sus hormigas, pero si va bien para promocionar algo, ahí estamos para reírle las gracias en prime time.
Porque, guste o no, este tipo de vídeos de Pablo llenan restaurantes. Igual no esos de los que nos pasamos el día hablando en nuestra propia burbuja gastronómica, pero sí los que se frecuentan en el mundo real.
Lo de Cabezali y Vernacci no son dos mundos condenados a entenderse, porque sencillamente hablan de cosas diferentes y les leen o ven públicos distintos.
Y es que, lo de Cabezali y Vernacci no son dos mundos condenados a entenderse, porque sencillamente hablan de cosas diferentes y les leen o ven públicos distintos. Pero estoy convencido de que algo podrían aprender unos de otros. Así que, pensándolo mejor, lo realmente interesante sería sentarse con ambos en una mesa.
A Pablo le podríamos preguntar si hay o no acuerdos con los locales que visita, por qué ese aparente desprecio a los que saben mucho de gastronomía, y cuánto hay de personaje y de impostura en sus vídeos. Porque, Pablo, ahora que no nos escucha nadie, ¿seguro que te gusta comer o haces esto como podrías estar vendiendo cursos a los criptobros?
Y a Vernacci, además de pedirle que trajera para descorchar algunos de esos mangíficos vinos que siempre maneja, habría que preguntarle por el truco para poder pagar todos los restaurantes que frecuenta y los productos gourmet que suele mostrar. Mi instinto de periodista me dice que hay muy buenas historias detrás de ambos más allá de lo que vemos en las redes.