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A cuchillo

Brindar por la vida

COLUMNA | La historia entre un sumiller y un comensal. Una historia íntima tejida por el vino. Una historia sobre la celebración de la vida, la de Manuel

2 minutos

Sombras de copas de vino / Foto: Pexels / Brindar por la vida

No sé si fue a mi buen amigo Albert Molins a quien escuché esta frase por primera vez, que a su vez diría que la recogió de Josep 'Pitu' Roca: "El vino es el mayor agente socializador que existe”. Quizá sea una exageración y los buenos momentos los creen las personas, pero me apoyaré en tal afirmación para explicar mi historia con Manuel.

Hace tres años y medio, entró por la puerta del bar de vinos que regento cuatro mujeres y dos hombres. De entre ellos, Manuel pareció ser la voz cantante. “Que elija Manuel, él es quien sabe”. Manuel pasó de mí. Me acuerdo como si fuera ayer. Suelo aconsejar a mis clientes, nunca me ofendo cuando alguien quiere prescindir de mi recomendación y basarse en su instinto. Pero sí suelo hacer memoria de lo que beben y así en un futuro volver a intentarlo.

Por fin, al tercer día Manuel me concedió el honor de escoger el vino

Fueron dos las visitas que precedieron a la tercera y buena. Por aquel entonces ya sabía que Manuel era un winelover de la vieja escuela. Para mí este tipo de consumidor suele beber rioja del antiguo, de Haro; burdeos de los clásicos como St. Emilion, borgoñas, incluso rosados de Cigales, y suelen encontrar demasiado “bastos” los riberitas. Vamos, un old school de manual o de Manuel. Aquel tercer día tras unas chanzas, conversaciones varias y evidentemente alabanzas a su buen criterio, Manuel me concedió por fin el honor de escoger el vino.

Basándome en los datos que había recogido, me lancé a una vacilada. Soy así, humilde pero un jugón, y evidentemente quería hacerle un mate en toda la cara. Serví un Les Drapeaux de Floridene 2014, de Denis Dubourdieu. Era matemáticamente imposible que no le gustara. Drapeuax es un burdeos increíble, un vino en la zona de Graves con cabernet sauvignon y merlot. Tras la liturgia de apertura, Manuel pasó a la cata. Alucinó, simple y llanamente. Ahí estaba el mate. Y así empezó nuestra amistad. 

Nuestro bar era su pequeño rincón en el mundo

Durante estos tres años he visto como Manuel se ha ido apagando poco a poco. Jamás pregunté, le compadecí ni comenté nada. Algo andaba mal, pero nosotros a lo nuestro. Las chanzas, bromas y conversaciones seguían ahí, como su sonrisa. Nuestro bar era su pequeño rincón en el mundo y tuve la suerte de compartirlo con él. Hace un mes apareció una de sus amigas. Manuel había fallecido y querían reservar para beber en su honor. Así lo hicimos. Me dijeron que tenía que escoger una botella y escogí nuestra primera botella, la suya. La que empezó nuestra amistad.

Brindé por la vida de Manuel. Porque en esta vida se brinda poco por la vida. No estamos acostumbrados a celebrar la vida de los nuestros. En aquel homenaje escuché anécdotas, los vi reír, proferimos alguna broma acerca de él y, cómo no, celebramos su vida.

Sí, el vino es un gran agente socializador. Crea momentos únicos. Ya sea por el solo placer de abrir una botella como excusa para reencontrarte con un amigo. O tomar una copa en familia. O ir de visita a una bodega y lo que ello comporta. El vino teje amistades porque hila un camino de buenos momentos. El vino es vida y, como tal, la debemos beber.