Para algunos, el siglo XX se despidió con la pandemia; para otros, en cambio, no ha sucedido oficialmente hasta la muerte de iconos seculares como la reina de Inglaterra, Pelé, Vivienne Westwood o Godard. No obstante, para quienes nos dedicamos o deleitamos con la altibaja cultura gastronómica, quizá este siglo arrancó mucho antes, con el cierre de elBulli. Desde entonces, lo más “disruptivo” de este pollo sin cabeza ha sido volver al puchero. Este año ha sido la culminación: hemos cocinado con más fuego que humo. No ha sido una rendición, sino un desahucio paulatino: se nos rompió el sifón de tanto utilizarlo. El tiempo siempre pone a las (post)vanguardias en su lugar. Y tras los fuegos artificiales, la estela del olor a pólvora, esa sustancia que los chinos descubrieron mientras buscaban el elixir de la inmortalidad. Como los bullinianos. Como todos.
2022 ha resultado un año incómodo, revelador y cruento
Y de los polvorines a los polvorones. Con el shock vírico aún latente, 2022 ha resultado un año incómodo, revelador y cruento. Fueron muchas las evidencias que afloraron sobre la artesanía y la industria alimentaria. Verdades que duelen saber, pero que es imposible que no te llegaran a través de la prensa, las redes, la tele o las conversaciones de bar. Silbar hoy día delata a los necios.
Nos hicimos los sorprendidos ante los sapos y culebras aceptados durante décadas y que ya ni el más hipócrita de los anuncios de Navidad puede ocultar tras la lágrima fácil. Así ha pasado con las más de las 7.000 macrogranjas que destruyen el presente y el futuro de España. Como si hubieran aparecido de la noche a la mañana. "Dan empleo", dijeron los ultras para minimizar un tema omnipresente en las cabeceras. También lo da el pastoreo, la pesca, la agricultura, la agronomía, los obradores o la hostelería y sin embargo no hay relevo, han insistido los gremios y asociaciones.
Y de aquellos barros, estos lodos. Porque sí, hay una relación directa entre el impacto de la más vil industrialización alimentaria y que no hayas sacado aún el plumón del armario. 2022 ha sido y es uno de los años más calurosos, con más incendios y sequías. Más de trescientas mil hectáreas de esperanza, fauna y flora arrasadas. La España vaciada convertida en la España quemada, literal y figuradamente. Llamaradas contra las que han luchado equipos profesionales y voluntarios que no tenían ni agua ni pan que echarse a la boca por culpa de comunidades más preocupadas por la propaganda que por la verdadera política.
Así como el COVID había desvelado la fragilidad de nuestra sanidad y logística alimentaria, 2022 ha revelado la vulnerabilidad de nuestros bolsillos cuando a tres mil kilómetros se invade un país y nos quedamos sin trigo, sin gasoil y con cara de tontos. El aleteo de la mariposa que termina en inflación, que es la palabra y excusa del año, más que nunca en el terreno gastrónomico, aunque para la Comunidad de Madrid esto se resuelva dejando propinas o, como el Gobierno anuncia, dando limosnas de 200 euros mediante un cheque único. Me da igual el color del escaño en un año tan negro. La gestión de todos ha sido vergonzosa.
El mismo Ejecutivo que ha vacilado torpemente durante meses con topar o no topar los alimentos básicos, decide en tiempo de descuento quitar el IVA de los que ellos creen fundamentales, dejando fuera carne y pescado, así como aceite, miel o yogures. Dios nos libre de comer alguna proteína animal, reforzar nuestro sistema inmunitario o que el organismo requiera de omega 3 para controlar el colesterol.
Mientras, los depredadores fichan, sobre todo en los despachos capitalinos
De esta manera, los ministerios de Consumo, Agricultura y Transición Ecológica nos transmiten a los españolitos, enormes y bajitos, que la carne es igual de nociva si proviene de las citadas macrogranjas o de un rebaño de ovejas bomberas, de las que pastan a su antojo y preservan los montes de las llamas, si el lobo se lo permite. Pero de la ley de caza o de bienestar animal mejor no escribir hasta que los propios partidos sepan distinguir una churra de una merina y un mastín de un caniche de la calle Jorge Juán. Mientras, los depredadores fichan, sobre todo en los despachos capitalinos y aseguran que España es el país más rico del mundo.
Todo esto ha sucedido a la vez que los comensales de bien, los que se hablan de usted por Twitter pero se refieren a los chefs por su nombre de pila siguen presumiendo de comer wagyus de Castilla y León aunque estos vivan y mueran estabulados, cebados como los patos antes de que la gripe aviar les diezmara. Pero es Fin de Año y la mesa aún no se ha inclinado con la cuesta de enero. Saca las uvas, a ser posible sin pepitas, envueltas en plástico o en lata. Qué importa si en vez de cruzar el Ebro han cruzado el charco para que celebremos la tradición patria y podamos hacer algo a la vez, que este año será hablar del primogénito de Dabiz Muñoz y Cristina Pedroche.
2022 debería ser recordado como el año en que murió definitivamente el gourmand naíf
Caretas fuera y cartas sobre la mesa: 2022 debería ser recordado como el año en que murió definitivamente el gourmand naíf. Ya no hay excusas: el hedonismo será político o no será. Desde ahora, si sigues apoyando ciertas empresas que contaminan cielo, agua y tierra, es porque te da la santa gana. Porque ante una compra o comanda, uno decide. Ya no existen consumidores ni comensales pasivos. Ya no vale colocarse una servilleta sobre la cabeza para que el de arriba no vea cómo ingieres el último pichón. Menos aún cuando hasta el Papa de Roma predica sobre el pecado ecológico. Es el fin de la inocencia, de la tentación cínica y de la gula nihilista. A partir de 2023 ya no te salva ni Dios. //