La serie The Bear, que acaba de aterrizar en Disney+ tras su estreno en FX en EE.UU., es un soplo de aire fresco en la ficción gastronómica. Una mirada íntima y descarnada a las aristas más duras del trabajo en las cocinas. Toda una sorpresa entre tanto reality show cansino, programas clonados de concineros y documentales descriptivos sin más pretensiones.
Trailer subtitulado de The Bear
Sinopsis de The Bear
La premisa de partida anuncia la carga emocional de la serie. El protagonista, Carmen “Carmy” Berzatto, es un chef bregado en los mejores restaurantes que acaba de ganar un premio James Beard por su labor como souchef en Noma. La trama se desata cuando su hermano se suicida dejando sin timón un humilde bar de bocadillos en Chicago. Carmy abandona su trabajo en la alta cocina para llevar el negocio familiar que está al borde de la quiebra.
¿Una serie sobre un cocinero de éxito venido a menos? ¿Otra vez la épica del hombre blanco que resurge como un ave fénix después de una adversidad? Pues no, esta vez no exactamente. The Bear es una serie de una intensidad emocional muy aguda que ahonda en la frágil salud mental de su protagonista. Es una oda a la vulnerabilidad. Una invitación a empatizar con la angustia, el duelo, el estrés y el agotamiento.
Con The Bear el espectador siente y mucho. No son los diálogos los que transmiten la tensión, son los encuadres claustrofóbicos, la cámara en movimiento y los planos secuencia. En este sentido, es una clara sucesora del estilo y la temática de Boiling Point, el film británico de Philip Barantini grabada en un único plano dentro de un restaurante.
Maltrato, angustia y soledad
Las miradas de Carmi transmiten el malestar psicológico por la que pasa el personaje: el dolor del duelo y su angustia existencial previa. Y de ello trata la serie, de cómo un tipo que ha cosechado un éxito evidente, que ha llegado a la cúspide de la carrera de souchef está hecho polvo. Y no solo por el suicidio de su hermano, sino por la trayectoria de abusos laborales.
Las pocas imágenes con las que se relata su vida previa en restaurantes de prestigio son angustiantes. Retratan el maltrato, la soledad y el aislamiento de un trabajo que, como relataba Julián Otero recientemente en su columna, ha implicado a menudo sufrir todo tipo de atropellos.
Durante una sesión de terapia de grupo, Carmi es capaz de explicar mediante un monólogo memorable qué le llevó a soportar el trato indigno de los restaurantes gastronómicos, cuál fue la gasolina que le permitió sobrevivir a lo malo y brillar con luz propia en su oficio. Esa gasolina no era saludable y tenía que ver con su historia familiar. En ese soliloquio queda patente una realidad pocas veces dicha: no hay división entre el mundo personal y laboral, lo que marca lo primero, incide en lo segundo.
Choque de cocinas
Pero a Carmi ya no le vemos en la alta cocina, sino en su nuevo proyecto, el de levantar el bar de bocadillos en Chicago. Allí queda una plantilla de trabajadores comprometidos con el lugar y el primo Richie, amigo íntimo del hermano, de dudosas capacidades laborales y que Carmi hereda como segundo de abordo.
La riquísima cultura de bocadillos que abunda en EE.UU. queda bien retratada. En el bar hacen falta muchas manos para elaborar todas las preparaciones que van en los bocatas, desde la carne debidamente marinada y horneada, hasta el puré de patatas asadas del que se encarga Rita, una de las empleadas más carismáticas. En la plantilla hay un joven cocinero al mando de los dulces, al que la llegada de Carmi despierta ganas de aprender y de innovar en su pequeño rincón del local.
Se produce un choque evidente entre la cultura profesional de la que procede Carmi con cómo se manejan en el bar de bocadillos, lo que define otro de los hilos principales de la trama. Carmi quiere imponer los métodos, el orden y las prácticas de la alta cocina, donde todos respondan “sí, chef”, se organicen en partidas y mantengan sus espacios en perfecto orden.
Aquí hay un personaje clave, Sydney, una joven graduada en gastronomía, talentosa, con experiencia e iniciativa. Representa la generación anterior a la de Carmi, muy bien formada en el oficio, pero con menos ganas de tragar con el maltrato del sector. Convencida de que las cosas se pueden hacer de otra manera, decide unirse al chef en la aventura quijotesca de convertir el bar en un negocio rentable y profesional.
Levantar la persiana cada día supone un sinfín de calamidades que Carmi, Sydney y el resto de personajes van afrontando como pueden. Pocas veces hemos visto de forma tan explícita la dureza de llevar un negocio de comidas con unas cuentas esqueléticas, los malabares para mantener a raya la burlona aparición del caos cuando menos se le espera.
Gentrificación
Las relaciones entre personajes se vertebran en duetos. Carmi y Richie, condenados a entenderse; las chispas que saltan entre Rita y Sydney; la complicidad y los problemas de la jerarquía que afectan a Sydney y Carmi. Y la incomprensión absoluta entre Richie y Sydney, los dos polos opuestos. Este último dúo encarna un conflicto menor (seguramente una temática principal de próximas temporadas): el de la gentrificación.
Sydney quiere cambiar el menú con la idea de sacar más beneficio. Y para ello se le ocurre preparar un risotto, un plato completamente ajeno a la cultura del barrio y de la ciudad. Será Richie el único que cuestione los cambios irreversibles en la clientela local si la carta toma una deriva semejante. Se cuela así el asunto de si la gentrificación es inevitable cuando la pericia creativa de los profesionales gastronómicos modifica el repertorio popular. El final de esta primera temporada lo tiene todo: tensión y giro inesperado. Sin duda, uno de los estrenos del año, una serie profunda y frenética a la que deseamos una larga vida.
