“Delantal”, “bol”, “picadora”, “sartén”… De pie en una cocina, una mujer mira fijamente a cámara y, durante seis minutos, va cogiendo y nombrando un utensilio tras otro, de la A a la Z, hasta completar todo el alfabeto. Parecería un programa de cocina de la televisión americana, si no fuera por que los gestos de la mujer, secos y violentos, recuerdan más a los de un samurái empuñando un arma que a los de una ama de casa.
Y si no fuera porque esa mujer es la artista Martha Rosler interpretando su performance Semiotics of the Kitchen (“Semióticas de la cocina”), una crítica feminista a los roles de género que asignan a las mujeres tareas domésticas y culinarias como si les perteneciesen de forma natural para evidenciar que son construcciones socioculturales.
Esta obra, ya un clásico a punto de cumplir 50 años, es el referente del que parte la exposición Sobre la mesa. Semióticas de los alimentos, que se puede ver en el Museo Reina Sofía de Madrid hasta el próximo 20 de septiembre.
Una exposición sobre alimentos sin alimentos
La pantalla con la performance de Rosler preside la sala, pero será eso que no aparece nunca en su obra, los alimentos, el hilo conductor que nos guíe para explorar la compleja red de relaciones que establecemos con ellos. Tampoco son alimentos lo que se expone, pues de lo que se trata es de hacer visible, y desde una mirada crítica, todo aquel universo que no vemos cuando comemos: significados, conflictos, emociones.
Pero que no los veamos no quiere decir, ni mucho menos, que no existan. Así que ¿cómo hacerlos visibles? ¿Y cómo contarlo en un contexto expositivo? En un eficaz guiño a Rosler, el recorrido se organiza en orden alfabético y, de nuevo, palabra a palabra, se va formando un nuevo glosario en el que cada término lo ilustran documentos y obras de diferentes artistas, materiales y formatos.
Así, en “Kilo” el anuncio de un laxante para adelgazar permite hablar del impacto de la cultura de la dieta en los cuerpos de las mujeres. La bolsa de té que acompaña al término “Infusión” sirve para digerir “toda forma de violencia contra las lesbianas”. Se trata de la obra “Té Taz”, del colectivo feminista Mujeres públicas.
Las fotografías del artista Maurizio Nannucci de las neveras abiertas de sus amigos clasificadas bajo el término “Nutrición”, nos asoman a un espacio casi tan íntimo como el dormitorio para ver de qué se alimenta un desconocido.
Y así, las más de 60 obras y los 21 términos propuestos, cada una desde su perspectiva, van revelando las dimensiones políticas y económicas de los alimentos, los malestares y desigualdades sociales que generan, pero también sus alegrías, encuentros y sobremesas.
La habilidad de integrar esta pluralidad de perspectivas habla de la sensibilidad y atención del equipo de comisariado que ha construido un discurso inteligente libre de tópicos. Más difícil si cabe al tratarse de un ejercicio de autoría colectiva de los trece estudiantes del itinerario de prácticas en Comisariado del Master en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual, que organizan las Universidades Complutense y Autónoma de Madrid, en colaboración con el Museo Reina Sofía, provenientes de disciplinas, edades y contextos diferentes.
Los alimentos y sus múltiples lecturas
Sin embargo, la idea de centrar la exposición en los alimentos, inicialmente generó ciertas resistencias y dudas entre el equipo de comisariado. “Nunca se me hubiera ocurrido incluir la comida como tema en una muestra documental”, dice Elisenda Olmedo, una de las comisarias.
“Como historiadora del arte mi visión era bastante rígida. Debatir con compañeros de distintas disciplinas y la necesidad de que los trece llegáramos a un acuerdo fueron esenciales para entender que hay otras maneras de abordar un discurso”. Y Alba López-Davalillo, comisaria y también historiadora del arte, añade: “Para mí fue muy educativo porque yo no veía los alimentos como algo que impregnara todo. Ahora lo veo”.
Desde sus respectivos ámbitos, cada quien fue explorando los fondos de la Biblioteca y Centro de Documentación del Museo Reina Sofía para poner en común sus hallazgos. El poco convencimiento inicial se fue diluyendo a medida que advertían el potencial narrativo de los alimentos y su impacto en todos los aspectos vitales, desde las experiencias personales a las cuestiones globales.
“Las conexiones eran infinitas”, explica Martina Avilés, comisaria y comunicadora ambiental. “Fue complejo decidir a qué conceptos dar más visibilidad. ¿Por qué incluir “Oliva” y no “Orgánico”, por ejemplo? O, ¿por qué no está “Trabajo” y sí “Jornal”?”.
Una A que iba a ser “Agricultura”, una C que iba a estar por “Cocina”, una M que iba a ilustrar “Maternidad”, se fueron descartando. La comida permite múltiples lecturas, por lo que el discurso podría haber tomado otro camino, asociando otras obras con otras palabras.
Cómo emplear la semiótica
Analizar esa asociación entre ideas y palabras, o cualquier otro signo que se use para comunicar y crear significado, es precisamente lo que hace la semiótica como disciplina. Si la aplicamos al lenguaje nos muestra cómo el significado de las palabras no está en ellas mismas, sino en cómo las usamos para interpretar el mundo e interactuar con él.
Rosler se sirve de la semiótica para cuestionar esas asociaciones que asumimos como naturales, como la de que las mujeres saben cocinar de forma innata, para mostrar que su propósito es mantener la desigualdad de género. Cuando empuña esos utensilios de cocina como si fueran armas, los transforma en símbolos de opresión y al romper nuestras expectativas, nos obliga a que reconsideremos esa supuesta relación natural.
Del mismo modo, la exposición nos invita a reconsiderar lo que es natural que se exponga en un museo. Y no solo a nosotros como visitantes, sino que también lo ha hecho con el equipo de comisariado e incluso dentro de la institución.
“Estos espacios no catalogan su material en base a los alimentos, sino según otras prioridades”, cuenta Avilés. La dificultad de encontrar entre los fondos categorías relacionadas con los alimentos, abrió un debate en el equipo: “Nos hizo cuestionarnos qué es una muestra documental, qué es un archivo o una obra de arte”, explica Olmedo.
Además, la casualidad quiso que mientras construían colectivamente el glosario, las protestas de los agricultores tomasen Madrid: “Veíamos a los tractores pasar desde la biblioteca, lo que nos reafirmó en lo importante que era investigar sobre lo que ocurría delante de nosotros”, relata Avilés.
Las ondas expansivas que crearon estas reflexiones sobre qué conceptos y conocimientos se suelen privilegiar, movilizaron incluso a la propia institución museística.
“A partir de este trabajo, algunas obras que seleccionamos para la exposición se moverán a la colección del Museo”, cuenta López-Davalillo. Es posible que se replanteen cuestiones más profundas. “Creo que toca hacer una recatalogación donde los alimentos como categoría cobren mayor importancia. Es una necesidad que nace de la emergencia climática”, agrega Avilés.
Como mostraba Rosler, nombrar no es solo construir otro lenguaje, sino tambalear certezas, provocar extrañeza, transformar percepciones. Todo ello también lo pone sobre la mesa esta exposición.