Si alguien se animara a escribir una historia similar a lo ocurrido estos últimos días alrededor de las monjas Clarisas de los conventos de Belorado (Burgos) y Orduña (Vizcaya) posiblemente el guión sería automáticamente rechazado por loquísimo e inverosímil. Pero si algo sabemos es que la realidad supera a veces la ficción más psicodélica. Y este culebrón, digno de esa España que tan bien retrataba Berlanga, lo tiene todo.
A estas alturas, seguro que todo el mundo ha leído ya algo de esta historia que tiene su vertiente gastronómica. Y económica, porque la elaboración de dulces es la principal actividad —y al parecer muy lucrativa— de estas monjas cismáticas que han roto con la Iglesia católica. Aparentemente, por ser demasiado liberal.
Y es que las religiosas se han apuntado a la secta de Pablo de Rojas Sánchez-Franco, un autoproclamado obispo que fue excomulgado en 2019 y que combina su pasión por el lujo —las fotografías de su piso en la Gran Vía de Bilbao con un mayordomo y una sirvienta son ya parte de la historia kitsch del país— con el tradicionalismo religioso y político.
Franco y Escrivá de Balaguer son sus referente y el último Papa que reconocen es Pio XII. Sí, casualmente aquel que tenía cierta simpatía por las dictaduras fascistas europeas y al que se suele acusar de mirar para otro lado durante el Holocausto.
El Obrador del Convento: un negocio lucrativo
Pero no nos pongamos dramáticos con detallitos históricos o derechos humanos. ¿A quién no le van a gustar unas trufas de chocolate elaboradas con todo el cariño por unas monjas que han convertido sus conventos en una especie de fábrica de Willie Wonka? “Nuestra vida consiste en contemplar a Nuestro Señor Jesucristo, Pobre y Crucificado, uniéndonos a Él a través de la vida de oración, fraternidad y trabajo”, leemos en su web.
No obstante, dicen las malas lenguas que en todo este lío en el convento han pesado más las cuestiones terrenales que las celestiales. Según informan diversos medios —aunque ellas lo han desmentido— la clave del asunto es la venta de un convento por 1,2 millones de euros con el que las religiosas planeaban comprar el de Orduña. Roma les dijo que no, así que se han ido con Pia Unio Sancti Pauli Apostoli, la secta de Pablo de Roja que no es parte de la Iglesia católica.
Resistirse a escribir sobre esta historia es imposible. Y más al descubrir que, hace unos años, estuve charlando con estas simpáticas monjas sin percibir trazas de fascismo en las trufas que me dieron a probar en Madrid Fusión y que estaban muy buenas. Por lo visto, fueron unas de las invitadas en 2016, pero yo me las encontré en 2020 paseando por los pasillos y promocionando sus dulces, así que cabe suponer que se convirtieron en unas clásicas de esa cita gastronómica.
De hecho, sus ya famosas trufas de mojito añaden ese punto de alcohol que esta historia necesita. De eso sabrá bastante otro ilustre personaje de esta historia: Francisco José Ceacero, el sacerdote que ejerce ahora de portavoz de las monjas. Resulta que Ceacero es un conocido coctelero en Bilbao, que hasta 2020 ejerció de presidente de la Asociación de Barmen de Vizcaya y que en 2015 ganó el premio al mejor vermú preparado de la ciudad. ¿Es o no una fantasía?
Pero volviendo a la parte dulce, las monjas comercializan sus trufas a través de la tienda online El Obrador del Convento y, además, son muy activas en redes, demostrando que la tradición no es incompatible con la tecnología y el marketing. Las imágenes de ellas preparando chocolate en el obrador resultan de lo más entrañables, pero lo cierto es que tienen un buen negocio montado y saben lo que hacen.
De Madrid Fusión al cielo
Las trufas se venden a 58 euros el kilo (55 si son a granel sin celofán), tienen una larga lista de sabores y completan su oferta chocolatera con rocas, meteoritos, bombones, palitos, cerillas, tabletas… Precios de buena pastelería, proveedores de nivel —presumen de trabajar con chocolates Valrhona, por ejemplo— y formato para todos los gustos son parte de un negocio del que no hay cifras pero ellas mismas han explicado muchas veces que es con lo que se autofinancian.
Pero hay que diversificar. Y posiblemente el CD El hombre es Cristo en el que las monjas cantan no tenga mucho tirón, así que ahora apuestan fuerte también por su huerta ecológica. Las berenjenas van a 1,10 euros la pieza, los tomates cherry a 20 euros el kilo y las judias verdes a unos 8 euros el kilo.
Por cierto, que la cuenta de Instagram de estas clarisas —al menos la que han usado hasta ahora— se llame "El cielo en la tienda" es otra genialidad y una buena pista de que no dan puntada sin hilo para vender sus trufas.
Lejos de ser una historia cerrada, la cosa promete nuevos capítulos. Subir el listón parece imposible, pero no perdemos la esperanza. Si se trata de fe, la nuestra es que el cura barman saque un vermut propio o que las monjas, animadas por el obispo excomulgado que parece tener claro el negocio del asunto, acaben montando un restaurante en el convento de Orduña. Esperamos impacientes.