Nacida en A Coruña en 1992, Marta Cortizas iba camino de convertirse en artista, pero su curiosidad innata, su extraordinaria habilidad sensorial para armonizar aromas y sabores y su temprano amor por el vino, fueron encauzando su trayectoria hacia el mundo de la sumillería.
“Siempre me ha gustado el vino. Desde pequeña ha sido para mí como ese momento de celebración, de juntanza familiar, de domingo. Siempre quería catar, oler, quería descubrir por qué un vino me gustaba más o menos, pero nunca pensé que sería mi profesión”, cuenta a Hule y Mantel durante un evento organizado en el restaurante Sa Marinada de Madrid por Costa Brava, Pirineo de Girona y la Ruta del Vino D.O. Empordà, denominación que en 2025 celebrará su 50 aniversario.
Formarse y aprender sobre vinos
Antes de recalar en el templo culinario de los hermanos Roca, Marta ya había trabajado en el sector de la hostelería para pagarse los masters de Bellas Artes. Pensaba que algún día llegaría a ser una artista. Sin embargo, el destino, caprichoso por naturaleza, tenía otros planes para ella.
“Mi pareja es cocinero y siempre me decía que tenía una sensibilidad especial para los olores, para los sabores. Siempre me daba sus platos a probar. Yo le decía: creo que si pones un poco más de cítrico resaltará esta parte más dulce. Hacíamos este juego de contrastes, de probar cosas”. Y así, entre recetas y fogones, un día le propuso formarse en el vino. “Me pareció una buena idea porque soy muy curiosa, me gusta mucho aprender y estudiar, me gusta viajar, y el vino, para mí, reunía todas esas condiciones”.
Dicho y hecho. Se matriculó en el Instituto Galego do Viño, en Santiago de Compostela, continuó su formación con otros cursos internacionales y tuvo bien claro que quería hacer las prácticas en El Celler de Can Roca, “creo que es el mejor lugar del mundo para aprender sobre vino”.
El mejor lugar para aprender y para vivir. “Sentí desde el inicio que aquella era mi casa y que me quedaría mucho tiempo”. Algo en lo que ha tenido mucho que ver Josep Roca que siempre la ha apoyado y con quien tiene muy buena conexión. “Tuve la suerte de que me dijera: si tú te quieres quedar, por supuesto tengo un sitio para ti. Me encantaría que te quedaras”. De aquello hace ya cuatro maravillosos e intensos años, “una espectacular aventura, cosas bonitas que te regala la vida que hay que saber aprovechar”.
Cómo ser una buena anfitriona
Marta sabe cómo hacerlo. Exprimiendo cada minuto del día. Formándose, estudiando mucho, cuidando a la gente e intentando ser una buena anfitriona. La sumillería es una profesión muy bonita en la que su formación en Bellas Artes no ha caído en saco roto.
“Me sirve en todos los aspectos, sobre todo en la sensibilidad que hay que tener, en la observación, en saber escuchar para descubrir qué quiere o qué estilo le puede gustar a cada persona. A tener la mente muy abierta, a ser abstracta”, explica. La teoría se aprende en los libros, pero el arte de aconsejar vinos se aprende en la sala.
La bodega de El Celler: "Diversa, sentida y vivida”
Y cada comensal es distinto. Depende de qué país viene, cómo se viste, qué gustos tiene, incluso, dice, de cómo viste o se mueve. Este oficio tiene también mucho de psicología. A partir de ahí, con toda esa información, Marta se decanta por un determinado vino de las casi 8.000 referencias y 100.000 botellas que contiene la bodega de El Celler de Can Roca, vinos de todo el mundo, “intentamos tener vino de allá donde se hace vino”.
Una selección que les lleva a viajar a menudo visitando productores a lo largo y ancho del planeta. “Nos interesa al 100% la historia que hay detrás de cada proyecto porque el vino tiene que estar bueno pero hay más cosas. Nosotros seleccionamos los vinos confiando en proyectos”.
Es una selección única en la que no faltan las etiquetas clásicas ni los grandes iconos más cercanos a las bodegas, pero tampoco esos proyectos menos conocidos pero muy enraizados al terruño, a la viña, al viticultor. Es, dice, una bodega de guarda pero también de trabajo, de consumo. “Una bodega diversa, sentida y vivida. Esas serían mis tres palabras”.
Maridar el Empordà
Y entre tanta joya embotellada, Marta Cortizas, maridaría el Empordà, siempre, con vinos mediterráneos, elaborados al amparo de ese clima extremo de mar y de montaña, de vientos fuertes, de payés, de gente muy arraigada, que son vinos cálidos, impregnados de esa aromática mediterránea del hinojo y del romero que emana de la tierra. Vinos muy estructurados e intensos, pero también contienen toda la frescura y la salinidad del mar.
“Me da igual en qué color, si tienen o no burbujas, o si es dulce o no lo es, pero que describan bien el territorio y su gente”. Sin duda la sumillería es todo un arte y “un buen vino es aquel que se queda en la memoria, que siempre recordarás. Un vino del que me apetecería beberme la botella entera, no solo una copa”.