Estos días se cumplen 45 años de la muerte de Elvis Presley a los 42 años de edad en Graceland, su rancho de Memphis. Además de la efeméride, el mes pasado se estrenó un biopic sobre el cantante, dirigido por Baz Luhrmann, cuyo visionado recomiendo aunque solo sea por ver en acción a Austin Butler, que lo hace tan bien que en momentos no sabes si es el propio Elvis. Sin embargo, hay algo que se echa en falta durante toda la película y que creo que es clave en la vida y muerte del solista: su pasión por la comida.
El sabor de la niñez de Elvis
Desde su más tierna infancia Elvis Aaron Presley (Tupelo, 1935) era un auténtico enamorado de las recetas de su madre, Gladys, la cual le demostraba su amor a través de la cocina: pastel de carne, puré de patatas, pollo frito, macarrones con queso… Los Presley eran una familia humilde, y así eran los gustos de Elvis, que pese al dinero y la fama no cambiaron.
Tanto le gustaba el pastel de carne con puré de patatas (meatloaf para los americanos) que según contaba Priscilla, su mujer entre 1967 y 1973, llegó a tomarlo para cenar durante seis meses seguidos. Sin duda era una persona de costumbres, pero de costumbres poco saludables.
Un tremendo apetito
Mucha gente piensa que Elvis empezó a comer mucho en sus últimos años de vida, pero es algo que siempre le gustó, y no precisamente en pequeñas cantidades. En una de los primeros libros que se escribieron sobre él, The Elvis Presley Story (1960), su autor James Gregory avisaba a las futuras novias del cantante: “Nota para su futura esposa: a Elvis le encantan los desayunos abundantes con salchichas, tocino, huevos, patatas fritas, panecillos y café. Tiene un tremendo apetito en el desayuno. Su esposa nunca debe desarrollar gustos elegantes o costosos”. Se puede decir más alto pero no más claro.
Boda vespertina
Pese al aviso de James Gregory, Elvis se casó con Priscilla, a la que conoció cuando él tenía 24 años y ella 14, en Las Vegas el 1 de mayo de 1967 y la boda fue de lo más extravagante. El banquete se celebró en el Hotel Aladdin a las 9 de la mañana (imaginad a qué hora empezarían a peinarse los novios esos pelazos que gastaban) y consistió en un bufet regado con champagne de lo más variopinto: pollo frito, cochinillo asado, ostras Rockefeller, almejas, huevos con jamón, langosta y salmón glaseado con azúcar.
La guinda final la puso una tarta de seis pisos, los cuales, según contó su autor Denis Martig, “se rellenaron dos veces con mermelada de albaricoque y una crema bávara con sabor a kirsch. La tarta iba glaseada con fondant y decorada con glaseado real y rosas de mazapán". Si os preguntáis por qué en el menú no había casi pescado, la respuesta es sencilla: Elvis odiaba el pescado, no soportaba su olor.
Mary Jenkins
El bueno de Elvis disfrutaba tanto de la comida e invitaba a tanta gente a su rancho que tuvo que contratar a una cocinera a tiempo completo: Mary Jenkins. Ella fue la cocinera de Elvis durante 14 años y entablaron una relación casi de madre e hijo. Tanto cariño le llegó a tener que le compró una casa y dos coches.
Mary decía que lo que más le gustaba al cantante (aparte del sándwich del que hablaré más tarde) era el desayuno, que solía constar de galletas caseras fritas en mantequilla, pastelitos de salchicha, huevos revueltos y tocino frito. Lo último que Mary cocinó para el cantante fue una hamburguesa con queso. Después de la muerte del solista, la cocinera siguió trabajando en Graceland, y falleció en el año 2000.
El Sándwich Elvis y otros clásicos
Uno de los platos favoritos de Elvis, y que ha pasado a la historia de la gastronomía, es el denominado “Sándwich Elvis”. Aunque algunos atribuyen la autoría del mismo a Mary Jenkis, ella lo desmintió más de una vez, ya que al parecer Elvis lo probó en una gira y se enamoró perdidamente de esta extraña mezcla: pan de molde, crema de cacahuete, plátano en rodajas, bacon (esto es opcional), y mucha mantequilla. Mary contaba que tuvo que hacerlo 5 veces hasta que consiguió el punto perfecto y que el cantante lo tomaba a cualquier hora, lo mismo a media tarde que de madrugada.
Otros de los platos que Elvis amaba eran el budin de plátano. Siempre debía haber uno recién hecho en la nevera. También las albóndigas envueltas en bacon (“Elvis’ party meatballs” las llamaban) o el pastel de coco, todo regado con pepsi o con zumo de naranja recién exprimido. Pero Elvis no solo comía en casa, también le gustaba salir por ahí y hacer auténticas rutas de comilonas.
Las rutas gastronómicas de Elvis
Elvis, como buen hombre de costumbres, cuando salía por Memphis le gustaba ir sobre seguro en lo que a restaurantes se refiere. Dos de sus sitios favoritos eran el Arcade, donde pedía su famoso sandwich, y el Coletta’s (no tiene nada que ver con Pablo Iglesias), un restaurante italiano cuya especialidad era la pizza de cerdo a la barbacoa. A día de hoy ambos siguen abiertos.
Aparte de estos dos lugares, hay una historia que engrandece la figura gastronómica de Elvis todavía más. El 1 de febrero de 1976, Elvis estaba en Graceland con el Capitán Jerry Kennedy, de la policía de Denver, y Ron Pietrafeso, de la Fuerza de Ataque contra el Crimen de Colorado. Se estaban contando batallitas cuando recordaron un bocadillo que habían tomado en un local llamado Colorado Mine Company. El bocadillo se llamaba Fool’s Gold Loaf (pan de oro de tontos) y constaba de pan de hogaza hueco relleno de crema de cacahuete, mermelada de arándanos y bacon.
Tal fue el antojo que le entró al Rey del Rock, que llamó al restaurante, encargó 22 bocadillos y cogió su avión, el Lisa Marie (nombre de su única hija), para ir a por ellos. Llegaron a un hangar privado del aeropuerto de Denver, donde los esperaban Buck y Cindy, los dueños del restaurante, y su joven cocinero Nick Andurlakis, con los 22 bocadillos. Estuvieron tres horas comiendo y bebiendo champagne e invitó también a los pilotos y al personal del restaurante. Después volvieron a Graceland. Se dice que cada bocadillo podía alimentar a 8 personas, y costaba unos 50 dólares. No se sabe cuanto sobró de los 22 bocadillos. Años después Colorado Mine Company cerró y Nick, el cocinero, abrió su propio restaurante, Nick’s Café, en el que estuvo sirviendo el famoso Fool’s Gold Loaf hasta este febrero de 2022, cuando decidió jubilarse.
Ansiedad y dietas
La ajetreada vida de Elvis había estado rodeada de coqueteos con medicamentos varios, algunos de dudosa legalidad, pero el divorcio con Priscilla fue la gota que colmó el vaso. Después de eso el cantante entró en un círculo vicioso del que jamás pudo salir. Pese a intentarlo a través de centros y hospitales donde le ponían a dieta, nunca lo consiguió. Según le contaba a Mary Jenkins: “la comida es lo único que disfruto”. Incluso Mary reconoció haber llevado comida de estrangis a los hospitales para satisfacer el hambre del solista.
Elvis perdía fuelle en los escenarios y ya no era el mismo de antes. Su voz fallaba, su cuerpo engordaba, y los movimientos de pelvis que tantos corazones partieron, ya solo eran capaces de romper sus propias caderas. Pero él se resistía a aceptarlo y recapacitar, y quería adelgazar de la forma rápida posible, tanto que, según se cuenta, en una ocasión intentó hacer la dieta de “la bella durmiente”, que consiste en forzar el coma para que no puedas ingerir alimentos. Una auténtica salvajada que le pudo costar la vida. Tras tantos excesos su corazón no aguantó más y dejó de latir el 16 de agosto de 1977 a las 3:30 de la tarde. Su última cena fueron 4 bolas de helado y unas galletas con chocolate. Larga vida al Rey del Rock. //