La cocina tiene muy buenas críticas, la localización es envidiable y las vistas son magníficas. Todo en el restaurante O’Fragon parece sencillamente perfecto. Excepto para niños y para quienes tienen menos de 18 años porque, en ese caso, las condiciones de la reserva incluyen una cláusula especial: hay que permanecer siempre en la mesa y “acompañados de sus padres en todo momento”.
Así se especifica en la propia web de este conocido restaurante de Fisterra (A Coruña) a la hora de hacer una reserva. Hace ya un tiempo un padre daba la voz de alarma sobre esta singular norma que, según podemos comprobar, ha cambiado ligeramente tras la polémica suscitada en su momento.
Si originalmente se indicaba que los menores de 12 años no se podían levantar de la mesa durante todo el servicio, ahora se ha cambiado el rango de edad para elevarlo hasta los 18 años y se ha suavizado un poco el tono. No es que no se puedan mover, es que tienen que “permanecer” en la mesa y junto a sus padres.
¿Disuasorio, intimidatorio o discriminatorio?
El origen de la polémica se remonta a finales del pasado mes de abril cuando un cliente del restaurante se preguntaba a través de las redes sociales si este protocolo de O’Fragon respecto a los niños era disuasorio, intimidatorio o discriminatorio. Una pregunta casi retórica porque, en realidad, cualquiera de los tres adjetivos encaja perfectamente con una norma de dudosa legalidad por mucho que se apele al comodín del "derecho de admisión".
Teño dous pequenos. Fun facer unha reserva nun coñecido restaurante da Costa da Morte. Leo na web: "Los niños menores de 12 deben permanecer sentados toda la comida; si viene con niños llame antes de reservar". Díganme, ¿disuasorio, intimidatorio ou discriminatorio?
— Alfonso Pato (@alfonso_pato) April 27, 2023
Algo que, como señalan los expertos, sólo tiene recorrido legal cuando un cliente pueda suponer un peligro para el resto de comensales o para el espacio. No obstante, tras las críticas a los responsables del lugar, se dio a entender que la polémica norma tenía relación con una cristalera del restaurante, poco compatible con niños correteando por la sala.
Por supuesto, el caso despertó el ya clásico debate alrededor de la denominada niñofobia. A un lado, muchos defienden que los pequeños son unos clientes más del restaurante y, como tal, merecen el mismo respeto que un adulto al que jamás se le pondría una condición similar a la hora de hacer una reserva. Pese a que —como se suele recordar— en la mayoría de casos son precisamente estos clientes adultos y no los niños quienes acaban siendo los comensales o vecinos más molestos del lugar.
En el otro lado de la discusión, quienes consideran que ciertos restaurantes no son aptos para menores y que, además, hay padres que no saben poner freno a sus hijos cuando su comportamiento no es el adecuado en un espacio así.