Son muchos los problemas que afrontan las mariscadoras gallegas. Al furtivismo, los temporales y las vedas por presencia de biotoxinas producidas por exceso de algas, se abren ahora nuevos frentes como los pellets y la contaminación de los plásticos. Un trabajo sacrificado en el que la expresión “doblar el lomo” deja de ser un eufemismo para convertirse en el día a día de una profesión que se realiza durante todo el año.
Les ha costado mucho tiempo que su labor llegue a ser reconocida como un trabajo. Pese a que esta actividad se ha desempeñado desde el inicio de los tiempos, no ha sido hasta el año 1992 cuando pudieron profesionalizarse, con sus derechos y sus deberes correspondientes.
Las condiciones laborales
Mariscar implica madrugar, pasar frío y soportar temporales. Pero, sobre todo, implica tener que trabajar con el cuerpo sometido a un ángulo de 90 grados sobre el eje horizontal, muy diferente a la verticalidad que rige el resto de los trabajos. Estas condiciones tienen un impacto en el cuerpo de las mujeres, que son el grueso de las trabajadoras de este sector, en el que las infecciones de orina, las lumbalgias y la artrosis son frecuentes.
Para peor suerte, su trabajo es autónomo y está diferenciado del marisqueo desde barco, que desempeñan mayoritariamente hombres, al que se le concede la categoría especial, lo que asegura una jubilación a los 55 años. Por el contrario, las mariscadoras, pese a estar reconocidas como trabajadoras del mar, tienen las mismas condiciones que los trabajadores de tierra firme y no pueden retirarse hasta cumplir los 65 años.
Cómo trabajan las mariscadoras gallegas
En la ría de Muros y Noya se recoge berberecho, almeja y concha fina todos los meses salvo enero. Cerca del 75% de los berberechos que se consumen en nuestro territorio provienen de esta ría. La jornada empieza muy temprano y a las siete de la mañana las mariscadoras ya están en el agua los días que la marea lo permite, pues este trabajo implica vivir pendiente del mar, el ritmo lo marcan las mareas y cada jornada puede ser diferente.
Una cuerda atada a sus cinturas arrastra el cubo donde se recogen los bivalvos que se mantiene en la superficie con ayuda de un flotador. Se trabaja por cupo, es decir, hasta que no han alcanzado los kilos fijados en el punto de control al comenzar la jornada ese día no se van de la playa. Una tarea que cada vez resulta más dificultosa porque ya no solo pelean contra viento y marea, ahora se suman otros frentes que combatir.
Los furtivos y el cambio climático
Uno de los principales problemas son los furtivos: grupos organizados que trabajan por la tarde y de noche recogiendo el marisco. No hay policía suficiente que abarque toda la ría y aunque ellas se organizan en patrullas para vigilar no dan abasto.
Para Adela Lestón, mariscadora y presidenta de la cofradía de Muros, existen dos razas de furtivos: los profesionales y “los furtivos con bañador”, familias que recolectan marisco en pequeñas cantidades, ajenos al daño que están haciendo al mar. Tanto a unos como a otros no les preocupa la talla del marisco y se llevan por delante a crías que todavía no han alcanzado el tamaño requerido por la ley.
En la cofradía dirigida por Adela laboran en los meses de verano unas 120 mujeres que bajan a 75 el resto del año. El cambio climático está afectando especialmente al sector y llevan en cese de actividad —una especie de prestación por desempleo de los autónomos— desde octubre, mes en el que solo pudieron extraer marisco que diera el tallaje permitido durante diez días.
Las olas de calor provocaron una subida de la temperatura media del agua que se unió a un aumento de las lluvias. “Veníamos de un verano con mucha ciclogénesis explosiva y la presa del río Tambre, al haber tanta tormenta, abre su caudal a raudales y provoca mucha mortandad en el molusco porque baja la salinidad”, se lamentaba Lestón.
Un futuro complicado
Ella trabajaba como administrativa, pero al quedarse embarazada de su primer hijo dejó su trabajo para dedicarse a su cuidado. Tras el segundo embarazo sintió la necesidad de volver a trabajar, pero tenía claro que no quería volver a una oficina. Hace 15 años que decidió probar suerte mariscando.
“La primera vez que me metí al agua sentí una libertad tremenda. Me encantó la sensación de coger marisco”, comenta ahora a sus 52 años. A falta de trece años para poder retirarse, ve el porvenir incierto. “El futuro lo veo complicado, difícil. Es cierto que hay alguna cría, pero eso lleva un proceso de meses y dependemos de lo que pase en esos meses”, afirma Leston refiriéndose a lo impredecible de la meteorología.
La campaña de verano se presenta también complicada y debido a la poca extracción que está habiendo se prevé un mayor consumo de marisco foráneo, procedente de Portugal y Francia. Lo que se recoja en Muros se quedará para el consumo fresco, pero desde la cofradía vaticinan que este año los ejemplares serán más pequeños y más caros.
Dar visibilidad a las mariscadoras
Ante esta situación, que afecta de un modo u otro a todas las rías de Galicia, las mariscadoras han recibido poca ayuda. Un único pago de 550€ por parte de la Xunta para afrontar las cuotas de la Seguridad Social, teniendo en cuenta que llevan seis meses sin trabajar. No obstante, existen otro tipo de apoyos como el que intenta brindar la artista Cristina Romero.
Considerada entre las mariscadoras como una más, Romero fotografía la realidad de estas mujeres con la intención de dar visibilidad a este trabajo. En sus series (que le han llevado a ganar el premio nuevo talento de fotografía de la FNAC en 2023), retrata las duras condiciones y la dignidad de esta profesión.
“Llevo tanto tiempo con ellas que las conozco desde lejos por su forma de trabajar. Pati, por ejemplo, siempre trabaja sobre sus rodillas cogiendo almeja”, comentaba la fotógrafa mientras señalaba una de sus fotografías que colgaron en las paredes del restaurante El Señor Martín, en una acción que buscaba recaudar fondos para la cofradía.
El vínculo que se ha creado a través del salitre ha llevado a la fotógrafa a seguir pensando en acciones que le permitan seguir apoyando a estas mujeres. “Quiero que vengan a contar y que se conozca lo que pasa, y todo el altavoz que desde mi humilde posición pueda darles lo haré, como ahora con el libro que está a punto de publicarse y con el que espero concienciar”, declara Romero.