Entrar en Cal Pere Tarrida es sentir ese olor a taberna, esa mezcla de vino y madera. Es un negocio puramente familiar, ubicado en el casco antiguo de El Prat de Llobregat, a 20 minutos de Barcelona. Joffre y Jordina Tarrida son hermanos y tercera generación de “cellerers”. Su abuelo, Pere Tarrida, creó la taberna; su padre, Josep Maria, la hizo grande y la modernizó; y ellos entraron en el siglo XXI manteniendo la esencia.
A día de hoy, cuentan con más de 3.700 referencias de vino, cava, licores y destilados. Pero el vermut y sus anchoas les han dado la fama en el territorio. Ir un sábado o un domingo a tomar el vermut a Cal Pere Tarrida implica ir pronto o armarse de un poquito de paciencia para encontrar un hueco entre el bullicio, pero todo el mundo sabe que vale la pena esperar. Hacer el vermut es hacer el vermut. Y eso es lo que se hace en esta taberna.
Un vermut centenario
Su vermut, que mantiene el secreto de la fórmula del abuelo Pere, lo sirven frío directamente desde la cuba, sin hielo, por supuesto. Los puristas nos lo tomamos a pelo; algunos le echan sifón. Pero el sabor es inconfundible sea como sea.
Se sirve directamente en la barra, pero también en botellas para poderlo consumir donde el cliente quiera. Y la clientela no es poca, porque en esta taberna centenaria cada cuatro meses vacían una cuba de 10.000 litros de vermut artesano. Incluso, en varios establecimientos y bares del Prat utilizan este vermut como reclamo para sus aperitivos. “Servimos vermut de Cal Pere Tarrida”, rezan algunos carteles de la zona.
Las anchoas, limpiadas a mano
Y si el vermut ya es de procesión obligada para visitarles, las anchoas te comerán los demonios por no haber conocido este sitio antes. El abuelo Pere empezó a limpiar a mano anchoas que traía en depósitos de madera desde L’Escala (Girona). Luego, Aurora Solé, madre de los propietarios actuales, cogió el relevo y fue ella la que las colocó en el altar donde siguen residiendo hoy.
Limpiadas a mano, solo utilizan anchoas de primavera, más jugosas. Llegan desde el Cantábrico y L’Escala: “Somos muy exigentes con las anchoas. Es uno de nuestros símbolos de identidad y hay que servir los mejores ejemplares”, explica Joffre, experto en vinos y también en anchoas. “La gente alucina, supongo que el hacerlas a mano, la temperatura de conservación y el toque de nuestro vinagre las hace tan especiales”, añade Jordina.
Los Tarrida, pasión por el vino
Si les visitáis pedid que os enseñen toda la bodega, no solo la parte de taberna. Cuentan con un tesoro bajo el nivel del mar, donde se conservan mejor los vinos gracias a la temperatura y la humedad que genera el pozo de la casa. “Mi padre pensó que era la mejor manera de conservar los vinos, y así es. Incluso tenemos que controlar la humedad para que no sobrepase el 75%”, explica Joffre.
La pasión por el vino, el vermut y los destilados se ha transmitido en los genes de los Tarrida, tanto que Joffre ganó el certamen Nariz de Oro en 2013, y Jordina quedó finalista en otra edición. Ambos son sumilleres por la Escuela de Hostelería de Barcelona y disponen de varios másters en enología y gestión vinícola. En su bodega gestionan más de 3.700 referencias, “incluso vinos con más de 80 años, que guardamos con sumo cariño”, apuntan.
Ya lo dice la frase popular catalana: “Si hi ha ram, hi ha bon mam” (Si hay una buena rama, aquí se mama). Una rama de pino colgada en la entrada de Cal Pere Tarrida es el símbolo ancestral que indica a todos los que pasan por delante que dentro se vende vino y se bebe muy bien.