Creo en la gastronomía como un género de vida de taberna, de albero en las botas, de cuchillo de sierra y mango de plástico, de brandy en las heridas y manzanilla en las cicatrices; por eso me he enamorado del Barrio Alto de Sanlúcar de Barrameda. En este arrabal de la desembocadura del Guadalquivir pasa algo difícil de explicar. Tapas, pescaíto frito, buen cante y acordes Entre Dos Aguas dibujan un paisaje y, sobre todo, una sensación gastronómica y cultural, inigualable a cualquier cosa que haya vivido.
Barrio de tradición bodeguera, en sus bares reina el mosto, la manzanilla, el ajo campero, la berza gaditana y la fritura. El Barrio Alto es su gente. Entre sus calles estrechas y plazuelas conviven malletos, braceros del campo, albañiles y artistas de los suburbios del flamenco. Personajes de toda índole artística, hijos del navazo sanluqueño, de la sonrisa más morena y de duende hasta las entrañas. Este es El Sitio de Mi Recreo, al que siempre voy a querer volver; quién lo probó, lo sabe.
Antes de sugerir un recorrido por este refugio de la pureza, permítame el lector una humilde advertencia. Lejos de querer llenar mi ego con el «yo descubrí…» y profanar el Barrio Alto con una gentrificación masiva, sean conscientes de acudir a él desde el respeto a sus gentes y la puesta en valor de este patrimonio etnográfico tan sórdido y tan bello a su vez. Tan joven y tan viejo. No escribo estas líneas para que acudan a toda prisa, sino para que sean conscientes de que aún sobreviven lugares para ser vividos y honrados más allá de la mirada aborregada de un foodie sin alma.
Los Aparceros
A escasos metros de la Plaza Puertas de Jerez, presidida por un frontón con el lema «Todo por el pueblo», encontramos el bar Los Aparceros. Es el sitio para tomar el aperitivo. En su barra de acero inoxidable, el acento sanluqueño convive entre copas de manzanilla muy frías, tubos de cerveza y tapas de ajo campero. Aquí tiene mucha fama el ajo, aparte de por estar riquísimo, porque en las puertas de Jerez esperaban los braceros la llegada de los capataces que los llevaban al campo a faenar. En el tiempo de espera caía un vino y una tapa de ajo campero, o una ración… // Los Aparceros c/ Pozo Amarguillo, 16
Bar La Espuela II
Esteban Camacho, propietario del establecimiento, es un asiduo de la Lonja de Bonanza; conoce las artes de la pesca a la perfección, hecho que ha encumbrado a La Espuela II como uno de los bares con mejor producto de Sanlúcar. Me llamó especialmente la atención un tablón que tiene a la entrada donde cuelga las etiquetas de trazabilidad del pescado que ha comprado en el día ¡Qué ejercicio de honestidad! Muy afamados en este restaurante los guisos de pescado, sobre todo el de raya; también los langostinos, hervidos al momento, o la puntillita frita, seleccionada por Camacho recién bajadas del barco. // Bar La Espuela II c/ de la Zorra, 1
La Peña Comunista
En la Plaza de la Paz se ubica uno de los centros neurálgicos del Barrio Alto, el bar de la Peña Comunista de Sanlúcar. Entre pósters de La Pasionaria, banderas de “El Partido”, y carteles de campaña de Santiago Carrillo, Julio Anguita o Alberto Garzón, se halla una de las mejores frituras de la provincia de Cádiz. Los camareros son de una profesionalidad impagable; atienden con gracia, ingenio y mucho oficio a un ritmo frenético, porque este bar es uno de los más demandados por los lugareños. Les sugiero que se dejen aconsejar a la hora de pedir, porque ofrecen lo más fresco que ha llegado en el día. La República del Barrio Alto. // Bar de La Peña Comunista Plaza de la Paz, 15
Bar Navarro
¡Ay, el Navarro! Ya casi no quedan bares tan pintorescos. Azulejos de cenefa, suelo de terrazo, sillas de plástico y un televisor de tubo que sintoniza las procesiones de la Semana Santa jerezana. Pondría la mano en el fuego por el Navarro a que tiene uno de los sistemas de self-service más auténticos: usted coje su mantel de papel blanco, sus cubiertos, su jarra con vino, se monta la mesa y pide en la barra: «una de picadillo de melva por favor, media de acedías, una de gambas fritas…», en función de lo que haya escrito en la pizarra ese día. ¡Eso sí… estén muy atentos a cuando les llamen para recoger sus raciones! Porque los parroquianos suelen arrancarse a cantar mirabrás —palo flamenco sanluqueño— y a bailar sevillanas, y te quedas totalmente embobado por el ambiente que se respira. «¡Joder, Sergio! Te he traído yo las pijotas porque no te enterabas y se enfrían», me regaña con una sonrisa Alberto, el joven no-camarero del Navarro. // Bar Navarro c/ Menacho, 26
“El Manicomio”
La Taberna Ke Arte, mundialmente conocida como “El Manicomio”, es la sobremesa perfecta donde ocurre algo prácticamente indescriptible. Porque El Manicomio es, se constituye y se canaliza a través de las gentes que la frecuentan. Rafael a los mandos de la barra, sirviendo manzanillas y Larios con tónica; “El Gitano” a la escopeta, como él llama a la guitarra; y, por ejemplo, Torivio, el quiosquero de la Plaza del Cabildo, al cante. Esto es el Manicomio, la catedral popular del Barrio Alto; un edén lleno hasta la bandera con fotos de Camarón, Paco de Lucía y un árbol genealógico del flamenco presidiendo el altar, en el que cada día, al caer el sol, se dan cita las personalidades más célebres del Barrio. El Manicomio es como mi Atleti —pero el Atlético Sanluqueño—, otra forma de vivir. No traten de entenderlo. // La Taberna Ke Arte c/ Monteros, 1