El New York Times acaba de publicar su lista de los mejores destinos para visitar durante este 2023. Los recomienda por su cultura, la aventura de viajar, su belleza natural y, cómo no, su gastronomía. Y la sorpresa llega cuando uno encuentra Tarragona en el puesto 31, que, además de Madrid, en el puesto 42, son los únicos puntos de España señalados este año en su guía. En lugar de cuestionarme qué pintamos en la lista, prefiero afinar la recomendación centrándome en las cosas del comer porque, sinceramente, es mejor ignorar los tres párrafos del New York Times. "¿Un romesco con grill fish?" "¿Tapas por la Rambla Nova?" WTF!? En los siguientes bares y restaurantes comerás y acertarás desde el desayuno a la cena. Palabra de un tarraconense.
El Mercat Central: el desayuno de los madrugadores
Veamos qué podemos hacer en Tarragona cuando tenemos hambre y sed y nos apetece disfrutar de la autenticidad de la ciudad. Empecemos por el principio. La visita al Mercat Central está cantada. Abre a las 8:30, así que plántate allí y antes de darte un paseo por sus pasillos, acércate al Xiringuito y pídete algo para empezar bien el día. Están bien los bocadillos y también las pequeñas raciones: tortillas varias, croquetas, callos y algún plato más completo como la clásica botifarra amb seques (alubias fritas). Si uno prefiere un buen dulce, debe acercarse al puesto de Cal Jan, una conocida y premiada pastelería de Torredembarra que tiene un punto de venta en el Mercat. Es ganadora de la "Fava d'Or 2022" a la Mejor pastelería del Camp de Tarragona i Terres de l'Ebre y también ostenta el título al Mejor panettone artesano de chocolate de España en 2021.
El Cortijo: el desayuno sin prisas
Si prefieres no madrugar, entonces la mejor opción es El Cortijo, un templo de los contundentes desayunos “de forquilla” y del vino natural. Una combinación original que no hay que perderse. Los locos del vino, que vienen de medio mundo para conocer el Priorat, lo tienen como parada obligada, así que es bastante habitual encontrar una mezcla curiosa entre parroquianos e internacionales.
La carta la encuentras presentada en la barra, en cazuelas, bandejas, ollas y sartenes. Puede haber migas, guisos, salteados, tortillas y demás elaboraciones que se le hayan ocurrido a Santos que, con su hermano, representan a una Tarragona gastronómica que vale la pena conocer. Recomiendo una visita pausada. Ir dejando pasar el tiempo entre raciones y copas de vino. Son el lubricante perfecto para acabar entablando conversaciones espontáneas, animadas y siempre interesantes con desconocidos. Un detalle: no hay que perderse la mostaza de elaboración propia.
La hora del vermut, sagrada en Tarragona
Oficialmente, a las 12h ya es la hora del vermut. La Rambla Nova es un desierto gastronómico, pero unas chips, unas aceitunas arbequinas y un Izaguirre o un Miró, siempre sientan bien. Siguiendo con esa búsqueda de la autenticidad, la cosa queda entre el Moto Club (Rambla Nova, 53) y el Firmos (Rambla Nova, 5), dos cafeterías históricas situadas en el último tramo de la rambla, en el lado de sol. Los días de invierno, sus terrazas son el lugar ideal para ver pasar la gente, criticar si es necesario y disfrutar de un vermut con hielo mientras el sol te calienta el alma. No esperes simpatía, en Tarragona no regalamos sonrisas. Somos auténticos, no sonreímos si la cosa no tiene gracia.
"Los días de invierno, sus terrazas son el lugar ideal para ver pasar la gente, criticar si es necesario y disfrutar de un vermut con hielo mientras el sol te calienta el alma"
Comida con romesco en el barrio pesquero
Se va haciendo la hora de comer. En el ya famoso artículo del New York Times se recomienda disfrutar de un romesco en el Serrallo, el barrio pesquero de la ciudad. Es una buena idea. Uno no puede irse sin probar nuestra salsa más internacional en su lugar de origen. Si uno busca la excelencia, ahí están Ca l’Eulàlia (Plaça Bisbe Bonet, s/n) o Xaloc (Carrer de Gravina, 65). Un detalle importante, el pescado de Tarragona, como todo el buen pescado salvaje de proximidad, cuesta lo que tiene que costar. Si uno prefiere una cocina más moderna, en el Serrallo también están el Taller de Cuina (C/ de Sant Pere, 14) o La Xarxa (C/ de Sant Pere, 38).
Además de un romesco, hay que guardar un mediodía para un arroz. Muy buenos en los citados Ca l’Eulàlia y el Xaloc, pero hay más donde elegir. En el barrio del puerto está A la vora de l’Ebre (c/ Barcelona, 7), un poco más arriba El Barquet (c/ del Gasòmetre, 16) y ya en la Part Alta, el barrio viejo, El Llagut (c/ de Natzaret, 10). Su terraza permite disfrutar de un buen arroz o una fideuà mientras se siente la historia. Está sobre las ruinas del circo romano. Cabe señalar que en la declaración de la ciudad como Patrimonio de la Humanidad se pone énfasis en la integración de las ruinas romanas en la vida cotidiana. Hay muchos bares y restaurantes de la Part Alta que conservan las estructuras arquitectónicas construidas hace casi 2000 años. Un último apunte, porque a todos nos gustan los arroces en la playa, ¿verdad? En el Mirall d’Estiu o el M15 no son algo espectacular, pero compensa saborearlos con los pies en la arena.
Merienda y café de especialidad
Si eres de café después de comer, Tarragona es territorio comanche. Afortunadamente, hace poco que abrió Casa Quadrat (C. de Canyelles, 3), una tienda de productos gourmet en la que, además de degustaciones, ofrecen café de especialidad de un micro tostador de El Vendrell. Si eres más de merendar, en la pastelería Velvet (Av. de Ramón y Cajal, 49), donde reluce un solete Repsol, encontrarás seguro un vicio a tu gusto.
Dónde cenar en Tarragona
Y nos queda la cena, que no es poco. La Plaça de la Font y sus enormes terrazas sobre lo que fue la arena del circo romano son el lugar de encuentro para medio mundo a partir de las 19h, algo más tarde en verano. En temporada alta, hay mucho turista, pero en Tarragona nadie sobrevive apostando solo por los de fuera, así que no es algo agobiante. El Donosti (Plaça de la Font, 16) es donde se come mejor. Trabajan con buena materia prima y Sebas, el cocinero, la sabe tratar bien. Es una taberna de ambiente informal algo caótica, así que hay que cogerle el punto.
También en el casco viejo está el restaurante AQ, que fue el eterno candidato a estrella Michelin hasta que Ana y Quintín, los propietarios, se cansaron y dieron un volantazo para apostar por una cocina más informal, sin renunciar a la calidad. Han tenido tanto éxito que ahora solo abren de lunes a viernes. Muy cerquita está el Cup Vell (c/ d'En Ventallols, 8), donde también se disfruta de una cocina desenfadada de calidad. Un último restaurante de la Part Alta, Els Arcs (c/ Misser Sitges, 13), un clásico en el que la buena cocina convive con la historia, está ubicado en un edificio de 1350 y conserva 8 arcadas góticas en perfecto estado. Si queremos alta cocina, en El Terrat (c/ de Pons d'Icart, 19) y La Caleta (Passeig Marítim Rafael Casanova, 24) se está de lujo, especialmente cuando se puede cenar en el jardín.
Para presupuestos más ajustados, la cosa se complica bastante. Por mucho que se celebre nuestra gastronomía, si entras en un bar al azar, lo más probable es que te mueras de asco. Puedo recomendar algo de cocina internacional, aunque nos alejemos irremediablemente de la Tarragona más auténtica. Tenemos indios como el Namaste (c/ de la Merceria, 16) italianos como la Osteria del Lab (c/ de Comte, 12) o Da Mario (c/ Méndez Núñez, 7), argelinos como el Jasmine (Av. Prat de la Riba, 11. No sirven alcohol pero lo puedes llevar de casa), turcos como el Istanbul (c/ de Sant Domènec, 26) y mexicanos como el Frida o el Amaranto (c/ de Soler, 5). También hay un par de sitios que están muy bien si te gusta cenar en un taburete a base de queso, El Tamboret (c/ de Santa Anna, 10) y la Quesería Magda (c/ August, 30), que además tiene una parada en el Mercat Central.
Posdata de un tarraconense
Tarragona es una ciudad con muchas cicatrices. Ha sido destruida y reconstruida en numerosas ocasiones y eso forja carácter. Nuestra banda sonora podría ser “Little Drop of Poison” de Tom Waits, su letra empieza con un “I like my town with a little drop of poison” ("me gusta mi ciudad con su gotita de veneno"). Ahí están la refinería, la petroquímica, el puerto industrial, las centrales nucleares… Nos da un carácter fatalista parecido al de los napolitanos, aunque para ellos la amenaza es más romántica: el Vesubio. Lo que quiero decir es que somos interesantes. Estoy seguro de que en Albacete también lo son, pero te invito a que vengas a disfrutar de nuestras calles, nuestro sol y, entre tragos y bocados, intentes conocer a la gente auténtica de la ciudad, que las piedras no hablan. //