El occidente de Asturias es uno de los territorios más desconocidos del norte de España. A caballo entre la vecina Galicia y el centro del Principado, sus comarcas sorprenden por unos paisajes singulares: playas donde admirar el silencio, pastelerías artesanales encaramadas en cabos que se rinden al Cantábrico, bosques inexplorados y aldeas donde el tiempo se detiene. En lo gastronómico, la zona habla su propio dialecto con fondas donde saborear la tradición y platos que reconfortan, singulares gracias a la aparente desconexión con el resto de la región, y que se escapan de las miradas de los turistas masivos. Más allá del cachopo, la fabada o la sidra, hay mucho patrimonio por saborear en las cocinas de Asturias.
Bacalao al temporal
Hablar del municipio de El Franco es hablar de la mar, de pueblos que huelen a salitre y de un carácter indómito de marineros y pescadores, que parece adherido a su ADN. Si el Cantábrico mostraba su peor versión, los pescadores sabían que tocaba disfrutar del bacalao al temporal, una receta que lejos de lo que se pueda esperar, no se preparaba en tierra firme sino dentro de los propios barcos pesqueros.
Los marineros, audaces gastrónomos que no necesitan constelaciones para saborear un buen bocado, desalaban las piezas de bacalao la noche anterior y, con cierta pericia para que las ollas no se demarrasen, introducían repollos para hacer un guiso que también contaba con patatas escachadas —así se evita que se partan al cocer— y un sofrito de ajo y pimentón que reconfortaba el alma. Cuando el Cantábrico se disponía a dormir de nuevo, era hora de degustar este plato sencillo pero lleno de sabor. Hoy es difícil encontrar este plato en los restaurantes, pero suele ser habitual dentro de las embarcaciones y en las cocinas de las casas de El Franco, por su gran vinculación a la mar.
La tarta Eilao
El concejo de Illano (Eilao, en bable) destaca por la lengua de agua que lo saja en dos. Fruto del desarrollo de las presas en la cuenca del río Navia, la imagen del concejo parece una postal pintoresca. Mientras uno se deleita con los bucólicos paisajes que aparecen ante el viajero, la ensoñación puede acompañarse con una de las tartas más desconocidas de toda Asturias: la tarta Eilao, que recibe su nombre de la capital del municipio.
Un bizcocho esponjoso, muy sencillo de preparar y que destaca por su intenso aroma a anís y canela. Sin necesidad de masa madre, es una receta que se hace a ojo porque las cantidades las da la experiencia y una suerte de prueba-error que es sinónimo de buenos fogones y mimo a la mesa. El toque final de canela se utilizaba, antaño, para evitar el fuerte gusto que dejaba la manteca de cerdo en la elaboración. El restaurante Folgueiroú, de Illano, es uno de los lugares donde hoy se puede degustar esta tarta.
El bolo de Pesoz
Las casas de piedra nos recuerdan las construcciones de granito gallegas. En cambio, los tejados de negra pizarra nos recuerdan que aún estamos en Asturias. Pesoz, uno de los concejos más bonitos del occidente asturiano, es un refugio natural con un impresionante patrimonio natural. Una tierra que se rindió a la creación de las grandes presas del río Navia y que hoy se plasma en el poblado abandonado de A Paicega, uno de los enclaves más icónicos del Principado.
A la mesa, Pesoz celebra una gastronomía llena de sabor, con productos de la tierra. Aunque por la zona es famosa su miel, el bolo es uno de los platos que nos llevan al recuerdo de la época en la que el trigo era inusual —y todo un bien de lujo— y donde el maíz calmaba el estómago de los habitantes de estos lares. Es una creación que tiene ciertas similitudes al hornazo o a la contundente empanada de carne de la montaña leonesa. Con un relleno a base de tocino, chorizo y derivados del cerdo, su masa se elabora a ojo, sin un claro recetario que pueda dar luz. Tres partes de harina de maíz por una de harina de trigo son la antesala de una masa simple pero efectiva. Cocina de aldea, sin pretensiones, de horno de leña y largas tardes frente al calor del llar. Una vez horneado, las manos que atesoran este secreto gastronómico se encargaban de envolverlo en una hoja de berza con el fin de que la corteza no se endureciera en demasía.
El pote de Boal
Hablar del pote de rabizas es hablar de la fusión de la cultura gallega en la asturiana, y viceversa. La cercanía de los municipios del occidente asturiano a Galicia permite una integración de la cocina gallega en las recetas tradicionales asturianas. Así, este pote de rabizas llamado también pote de Boal, aunque sea consumido en todo el occidente, es muy similar al pote gallego que se puede degustar más allá de la ría del Eo. Las rabizas son, de hecho, la hoja tierna de los nabos. Utilizando compango asturiano, como el chorizo o morcilla de la tierra junto a una buena porción de lacón hacen que los llares asturianos se enciendan para celebrar esta cocina casera, de frío invierno y denso culmen que muy pocos conocen.