El nuevo disco del artista puertorriqueño Benito Antonio Martínez Ocasio, conocido mundialmente como Bad Bunny, está cargado de simbología latina que encuentra en la gastronomía un vehículo poderoso para hablar de identidad cultural.
La construcción y la representación de la identidad a través de la cocina es algo que en el mainstream sucede con frecuencia. Quizás el caso más explotado sea el de la representación italoamericana en el cine y la televisión. Desde la célebre escena de uno de los mafiosos cortando finísimas láminas de ajo con una cuchilla para preparar pasta en Uno de los nuestros, hasta los bocadillos que Joey devoraba en Friends.
Tampoco se quedan atrás las evocadoras preparaciones de cocina japonesa que utilizaba Studio Ghibli en sus películas animadas y que culminaron con la publicación de un libro recopilatorio.
Producto de Puerto Rico
En este caso, Bad Bunny, toma la banana como hilo conductor para promocionar su último disco. Hace unos días, las calles del centro de Madrid recibieron la visita de una pick up, un tipo de vehículo muy utilizado en Latinoamérica para el trabajo en contextos agrícolas, que circulaba repleta de bananas, piñas, yucas y otras frutas y vegetales, venía también cargada con mensajes.
Sobre su carrocería, unas letras negras serigrafiadas sobre amarillo proclamaban: “Producto de Puerto Rico”. Un QR conducía al álbum, pero el mensaje iba más allá de la promoción musical. Con este movimiento publicitario el cantante, a quien le gusta bordear la polémica, reafirmaba que su nación no solo suministra ricas frutas, sino también talento musical.
Es, sin duda, un movimiento de empoderamiento y de denuncia que busca apropiarse de lo que se ha considerado como un lastre y usarlo como su fuerza. Reivindicar con orgullo los símbolos que alguna vez se usaron para menospreciar a los países latinoamericanos, despojándolos de connotaciones negativas.
La banana, asociada históricamente al término despectivo “Repúblicas bananeras” —aquellas en las que todo el sistema está corrupto y la economía depende de la exportación de los plátanos, los mangos y las piñas— se transforma aquí en un emblema. De este modo, el cantante celebra las raíces agrícolas de su isla y las utiliza como metáfora del alcance de la música latina, posicionada desde hace años como líder en las listas mundiales gracias, en gran parte, a ese reggaeton que —guste o no— ha logrado que en todos los continentes se cante y se baile en español.
Símbolos populares
Hay otro símbolo que figura en la portada del disco y que vuelve a relacionarse con esta fruta amarilla. La pegatina que representa al sapo concho, una especie de anfibio endémica de Puerto Rico que está en peligro de extinción. El cantante ha convertido a este animal en el co-protagonista de un cortometraje que acompaña la promoción de Debí tirar más fotos y que arranca con la imagen de una plantación platanera para adentrarse en los cambios que han transformado la isla caribeña.
La simpática mascota convertida en adhesivo conecta con el distintivo de calidad —y de identidad— que se ha utilizado en diferentes frutas, y llegó a convertirse en objeto de deseo y coleccionismo para muchos. Una práctica que comenzó con los papeles de seda timbrados que servían para ocultar defectos en las frutas y que acabó por revestir de un mayor atractivo para su consumo a estas piezas.
Una magnífica estrategia de marketing que nació de la necesidad y que ha alimentado algunas exposiciones dedicadas a la gráfica de las frutas y los alimentos como Frutas de diseño o No va a quedar nada de todo esto. Con este sello de calidad, Bad Bunny está añadiendo valor a la portada de su disco utilizando un símbolo popular que reza “seguimos aquí”, toda una declaración de intenciones.
Gastronomía gentrificada
El nombre del álbum, ‘Debí tirar más fotos', hace referencia a la nostalgia de un Puerto Rico que fue y que la gentrificación ha transformado. Un proceso que conlleva la pérdida de identidad con la que el cantante busca reconectar. Gran parte de su cortometraje, que ha titulado igual que su disco, tiene lugar en una panadería de barrio que ha dejado de ser el lugar que era.
En este espacio cotidiano, el español ha dado paso al inglés, y los quesitos —un bollo hojaldrado relleno de queso muy popular en la isla— han mutado en versiones veganas e, incluso, en quesitos sin queso, lo que lleva al protagonista, interpretado por el cineasta y actor puertorriqueño Jacobo Morales —convertido en símbolo de lo auténtico—, a cuestionarse si realmente tiene sentido seguir llamándolos así.
También se le ofrecen diversas opciones de pan de trigo (criollo, medianoche, sobao, integral, blanco…) para el emparedado de pastrami que Morales acaba por pedir para compensar la ausencia de tripleta, un sándwich típico de la isla que recibe este nombre por la combinación de tres tipos de carne con otros ingredientes.
Cuando el protagonista pide un quesito tradicional, la camarera, que solo habla en inglés y tiene rasgos marcadamente estadounidenses, duda si se trata de un “quesito normal”. Esta escena, junto a una anterior en la que la misma mujer tampoco reconoce el queso de papa, uno de los ingredientes autóctonos que el protagonista pide, muestra cómo la cultura gastronómica puertorriqueña está siendo modificada y desplazada por la gentrificación.
Una metáfora comestible de lo que ocurre con otros muchos aspectos de la identidad de la isla. Al igual que el sapo concho, estas tradiciones corren el riesgo de desaparecer.
En un inteligente movimiento, Bad Bunny utiliza símbolos de la cocina popular para establecer un vínculo emocional con el público puertorriqueño de todas las edades y mandar un poderoso mensaje que resuena en todo América Latina. A través de su música y de gestos como la producción de este cortometraje o poner a rodar la camioneta amarilla cargada de fruta, el artista invita a reflexionar sobre lo que significa pertenecer a un lugar, luchar por su preservación y, al mismo tiempo, proyectarlo al mundo.