Hoy vengo con una crítica seriéfila o más bien una recomendación. Porque eso de las criticas para los críticos, ya que servidora si dice que algo está mal no es constructivamente, sino en plan destroyer y eso my darlings, es critiqueo del chungo. La serie en cuestión es Delicias del Destino o El Sabor del Destino, según donde lo leas, creada por Yang Le, y cuyos 17 episodios se emiten en la plataforma Disney Plas (o sea, Disney+).
La primera serie gastronómica china de la que os hablamos, tras compartiros otras recomendaciones Julia (HBO), The Bear (Disney+) o, más recientemente, Las gotas de Dios (Apple TV).
¿Cuál es el argumento?
Vamos a rellenar el pavo que es lo que interesa. La serie tiene un argumento harto sencillo, tenemos a una chef llamada Ling Xiaoxiao, plebeya, pero una especie de superheroína de los fogones ya que sin saber nada del pasado de esta chica, pone en jaque a todo aquel que le reta a hacer un buen plato. No es entonces difícil de entender que esta chica llegue a los fogones de Las Delicias, la cocina de palacio destinada a saciar al caprichoso príncipe heredero, Zhou Shoukui.
La crítica
Como podemos ver ya tenemos el guión de telenovela barata aquí montado, con un final evidentemente predecible. La serie en sí muchas veces roza el esperpento, el sonrojo, la vergüenza ajena e incluso la autoparodia. Con capítulos de auténtico estupor, marcados por, como diríamos ahora, los estereotipos del heteropatriarcado o incluso esa necesidad de tener una pareja más clásica que unos mocasines con borlas.
Todo está encajonado en un cliché puro, después de perfumarse con una botella de Varon Dandy asiático. Algunos capítulos incluso llegan al sopor más largo alcanzable y cambian a los gags más encorsetados hechos por los guionistas de Gracita Morales. Lo cual nos lleva a la pregunta que me vais a hacer: "Si tan poco te ha gustado, ¿por qué la recomiendas?".
¿Por qué he de perder mi tiempo con ella?
Sencillo, por los platos que ahí se cocinan. Estamos hablando de asiáticos y, en concreto, chinos. Sí, esta parte de Asia que para muchos es bien conocida porque "como compro en un híper y como arroz tres delicias ya sé de qué va la historia". Pues no, (alerta spoiler) posiblemente estemos ante uno de los mayores casos de auto suplantación.
La cocina china que siempre hemos comido en Europa es la cocina llegada de Estados Unidos, más en concreto de Chinatown. Una cocina adaptada al caprichoso gusto del norte de las Américas y sus inquilinos. Para los de la LOGSE, es como si abro un restaurante español en Florida y empiezo a hacer tortilla de patatas, pero como a esta gente no le gusta la patata y la cebolla, la empiezo a hacer con tropezones… yo que sé, de nabos y le pongo ajo puerro. Luego me piro a abrir mi mega franquicia de tortilla española a Asia y les digo que eso es typical. Pues en esta serie nos enseñan eso, la gastronomía palaciega de una China imperial.
Lo que en esta serie acontece es acojonante. Tiene un cuidado, un delicado esmero por enseñar esos platos (que casi nunca nos explican) a través de la cámara que casi roza la cuarta dimensión. Desde la factura del documental Flavorful Origins Asia que no veía algo tan increíble.
Planos amplios sobre el emplatado, los cubiertos y la vajilla que se solían utilizar en palacio. Planos detalle de las ejecuciones en los platos. Cucharas que entran en las cocciones, caldos cayendo a cámara lenta con ese brillo de las grasas al chocar. Esos cuchillos enormes dignos de trocear un pollo en ese estilo tan característico de ellos, o cómo pican todo a dos manos. Esas cocinas tan antiguas llenas de ollas, perolas, woks y un sinfín de artilugios increíbles...
Y sobre todo una cosa, un recetario que se abre ante nosotros viniendo a desmentir todos esos platos que hemos comido en nuestro restaurante de confianza. Platos de pasta, sopa, verduras, especias e incluso uno de cangrejos no se escapan al ojo de esa cámara. Ese lente hace que te enganches a esta serie soportando largos capítulos, solo por los minutos, o muchas veces segundos, de estos momentos gastronómicos.
¿Vale la pena? Sí, sobre todo si te lo miras desde el prisma de la risa, y porque existe un cariño enorme en la realización de cada uno de esos platos que enseñan. Tanto que me he llegado a tragar el final, viendo que es peor final que el ya mítico de Los Serrano.