Un reciente viaje a Nueva York nos ha dejado con una sensación agridulce. A la Gran Manzana no le ha sentado nada bien la pandemia y el consiguiente confinamiento que esta ha provocado. La ciudad ha perdido alegría y gran parte del glamour y esplendor del que presumía en otras épocas más boyantes. Muchas de las grandes tiendas de lujo que salpicaban Madison Avenue o la 5ª Avenida están cerradas y mires donde mires ves locales con carteles en los que se lee “For Lease”.
Las aceras están llenas de ridículas terrazas COVID y todos los restaurantes, desde el bar de perritos de la esquina hasta los de mayor ringorrango, se han tenido que rendir al “delivery” que ha permitido salvar del cierre a no pocos hosteleros. La otra consecuencia de la pandemia ha sido una inflación desbocada que ha provocado un aumento de precios cercano al 30%, con lo que la city está hoy más cara que nunca, que ya es decir…
Pero si hay algo seguro, que hemos aprendido con los años, es que Nueva York siempre se reinventa. Mientras esto ocurre, siempre podemos revisitar algunos de los establecimientos más clásicos de la ciudad y darnos una buena dosis de nostalgia visitando unos cuantos locales por los que no pasan las modas y a los que no parecen afectar atentados, pandemias o confinamientos. Una selección de restaurantes emblemáticos que son verdaderas instituciones que se mantienen inalterables en el tiempo y que los neoyorkinos, por muy trendies que sean, veneran y frecuentan con asiduidad.
Peter Luger
Peter Luger es, sin lugar a dudas, uno de ellos. Situado en el muy gentrificado Williamsburg, un barrio residencial de Brooklyn, tradicionalmente habitado por inmigrantes alemanes y judíos ortodoxos es, hoy en día, una de las zonas más “in” de NY. Luger lleva, sin embargo, 135 años, que se dice pronto, triunfando entre la clientela local y los aficionados del otro lado del East River que nunca han dejado de cruzar el puente para disfrutar de la mejor carne que se puede tomar en la ciudad de los rascacielos.
Luger permanece inalterable en el tiempo, con sus sobrios comedores forrados de madera hasta el techo en los que unos socarrones camareros sirven en unas mesas desnudas de mantelería –de madera, por supuesto– enormes cortes de porterhouse (el clásico T-bone que incluye en el mismo corte el lomo y el solomillo, pero de la parte más alta y magra del costillar) procedentes de la mejor USDA Prime Beef madurada que se puede conseguir actualmente en los Estados Unidos y que mantiene aquellos legendarios estándares de calidad de los años 50 ó 60 del siglo pasado. Bañados por una deliciosa salsa de mantequilla y acompañados por una ensalada de lechuga iceberg con tomate y bacon.
Además de los chuletones no hay que perderse el bacon servido en gruesas lonchas (un plato que tradicionalmente solo era consumido por el personal y que, por demanda popular, se tuvo que incluir en la carta) y, por si esto fuera poco, son excepcionales las hamburguesas, que se elaboran con la misma carne procedente de los chuletones. Antes, y para abrir apetito, podemos pedir un coctel de gambas que no por resultar trasnochado es menos delicioso o acompañarnos por su famoso puré de espinacas. La oferta vinícola es limitada y las copas, ¡ay! hacen que casi añoremos las viejas Duralex de nuestras abuelas. Por si esto fuera poco confort, además no aceptan tarjetas de crédito, aquí solo funciona el tradicional cash de los babilónicos. Pero aun así, o quizá por todo ello, nos encanta. // Peter Luger Steak House. 178 Broadway, Brooklyn.
Gramercy Tavern
Un clásico moderno es el imprescindible Gramercy Tavern que, desde 1984, y año tras año, es elegido la guía Zagat (elaborada con votaciones de millares de lectores) como uno de los restaurantes favoritos de los neoyorkinos. Situado en el Flat Iron District, entre la 5ª Avenida y Union Square –pegado a la casa de nacimiento de Theodore Roosevelt–, Gramercy Tavern es el buque insignia del imponente Union Square Hospitality Group de Danny Meyer, uno de los mesoneros más exitosos de Manhattan. Aquí, Meyer ha creado un concepto triunfador basado en servir una cocina americana contemporánea, amable y reconocible, unida a un servicio atento, cercano y familiar que ha creado escuela.
El restaurante presenta dos espacios visiblemente diferenciados: La taberna –nuestro favorito– es un espacio bullicioso presidido por un animada barra en la que se puede tanto disfrutar de un cóctel como comer cualquiera de los platos de su carta. Esto es importante: uno de los trucos para comer en los restaurantes neoyorkinos sin necesidad de reserva es la de sentarse en sus animadas barras. La carta de la taberna es corta, pero muy resultona, y está basada en platillos elaborados a la vista en una cocina de carbón con parrilla abierta al comedor. Es excelente su steak tartar aliñado con cebolleta, puerros fritos, salsa de pimientos asados y almendras. Delicioso el Jerk chicken acompañado de arroz, batata frita y cilantro y, muy recomendable, la hamburguesa servida con unas deliciosas patatas fritas en grasa de pato.
El comedor principal, por contra, es mucho más formal. Aquí solo se sirve, en horario de cenas, un menú degustación de cinco platos en el que Michel Anthony, su actual chef, muestra sus inquietudes por elaborar una cocina estacional basada en productos escogidos de su selecta red de proveedores. En 2015, Meyer anunció que eliminaba la obligación de dar propina en todos sus restaurantes pero tras la pandemia este peaje ha vuelto para quedarse. Así que, como en el resto de restaurantes de este artículo, a los precios en carta hay que sumarles un 9% de impuestos y un 20% de servicio. // Gramercy Tavern. 42 E 20th St.
Minetta Tavern
Otro clásico felizmente resucitado es Minetta Tavern. Uno de los locales icónicos del Greenwich Village, situado justo enfrente del mítico Cafe wha? donde se iniciaron Bob Dylan o Bruce Springsteen. Abrió originalmente sus puertas en 1937, convirtiéndose en uno de los locales favoritos de la bohemia de la época, como escritores, poetas y boxeadores como Ernest Hemingway, Dylan Thomas o Joe Gould. Minetta había ido perdiendo fuelle hasta que, en 2009, fue adquirido por Keith Mcnally, el propietario del grupo Balthazar. Desde entonces, se ha reconvertido en una encantadora mezcla entre un steakhouse parisino y una clásica taberna neoyorkina. El local, con sus estrechas mesas pegadas unas a otras y paredes negras cubiertas de retratos de sus ilustres clientes, derrocha encanto por todos sus costados. Hoy en día y por derecho propio, es uno de los referentes carnívoros de Manhattan.
Su chuletón de vaca madurado y posteriormente marinado en aceite de oliva con ajo y romero, servido con tuétano y con una reducción de vino tinto es un hito en sí mismo. Pero si hay un plato que atrae a clientes de todo el mundo esa es la Black Label Burger: una deliciosa hamburguesa elaborada con cuatro tipos de cortes de vacuno madurado de la máxima calidad (costilla, falda, brisket y chuleta) acompañada simplemente por una capa de cebolla caramelizada y una ingente cantidad de patatas fritas. No es barata, pero merece la pena cada dólar que cuesta.
Antes, y si somos realmente tragones porque las raciones aquí son para campeones, podemos pedir unas ostras a la parrilla con panceta y mantequilla, unas cañas de tuétano asado, una tradicional sopa de cebolla o una no menos canónica terrina de pato. La carta de vinos está disparada de precio y las copas son de andar por casa, pero el local derrocha encanto por todos sus costados. // Minetta Tavern. 113 MacDougal St.
PJ Clarke's
PJ Clarke's es otro centenario que permanece impertérrito, desde 1884, en la 3ª Avenida –aunque tenga otros locales no dejen de acudir a este– donde no solo el decrépito ambiente decimonónico irlandés merece la pena, sino que las hamburguesas siguen siendo muy buenas. Es el lugar al que acudir cuando uno quiere darse un baño de nostalgia y hacerse una idea de cómo eran los tradicionales saloons neoyorkinos.
Con su animadísima barra, atestada de clientes habituales y turistas que se mezclan con total normalidad, y las mesas con manteles de cuadros rojos y blancos. Aquí Buddy Holly le pidió matrimonio a su mujer, a la que acababa de conocer apenas unas horas antes. Johny Mercer compuso "One for My Baby (and One More for the Road)" y Frank Sinatra sigue teniendo su mesa 20, debajo del reloj, reservada esperando que llegue, como siempre, a última hora a cerrar el bar.
La comida de PJ Clarke’s puede que no gane nunca ningún premio, pero su tradicionales coles de Bruselas, el reconfortante clam chowder, elaborado al estilo de Nueva Inglaterra con bacon y patata, o su mítica Cadillac Burguer con queso y doble de bacon, bautizada así por Nat King Cole, que dijo de ella que era el “Cadillac“ de las hamburguesas, justifican una visita. Además el servicio es encantador y el ambiente inimitable. Hasta los baños merecen la pena solo para comprobar que sus urinarios permanecen inalterables al paso del tiempo. // P.J. Clarke’s. 915 Third Avenue, at 55th Street.
Katz's Delicatessen
Otro de los idispensables en cualquier visita al Lower East Side es Katz’s Delicatessen: el más famoso de los deli judíos que salpican toda la ciudad. Fundado en 1888, su fama se debe a sus suculentos sándwiches de pastrami, pero sobre todo por ser el lugar en el que Meg Ryan fingió uno de los orgasmos más famosos de la historia del cine en "Cuando Harry encontró a Sally". En Katz’s han sabido explotar la publicidad y al entrar te desean que allí seas tan feliz como lo fue Meg. La realidad es que sus sándwich de pastrami, con su costra de especias, con la grasa justa pero jugosa, cortada en gruesas lonchas con unos enormes cuchillos y aliñados con mostaza, no solo aguantan el hype, sino que están deliciosos, y las colas que hoy en día hay que hacer para poder acceder a ellos merecen muchísimo la pena.
Una vez dentro uno se pone en una de las filas que preceden a los distintos cortadores y, muy importante, antes de que este te sirva le dejas una buena propina en el vaso que tiene delante –no sean tacaños y dejen por lo menos 5$–. Es en ese momento cuando el cortador sacará una pieza selecta, distinta a las que corta el resto de los clientes, y te dará a probar su nuevo producto. Si te satisface le pides que te elabore un suculento y jugoso sándwich que os garantizamos que proporcionara calorías para toda una semana.
Pero Katz’s no es solo pastrami. Ya que han llegado hasta aquí, aprovechen para conocer otras especialidades judías como el corned beef, el brisket, la lengua o el salami, que se pueden disfrutar tanto como sándwiches o como en tortilla. Tampoco desmerecen los latkes (tortitas de patata) o los blintzes, una especie de crepes dulces rellenas de queso fresco. Lamentablemente no sirven alcohol y estas delicias hay que disfrutarlas con una Coca Cola o, ya que estamos, una Dr. Brown’s Cel-Ray soda. // Katz’s Delicatessen 205 E Houston St - Para evitar largas esperas recomendamos ir a primera hora de la mañana (entre las 8 y las 9.30 h) o a media tarde.
Tres más de propina
Una semana no da para mucho más y para otra ocasión nos dejamos la visita a otros clásicos como el Keen's Steakhouse y sus chuletas de mutton (oveja). Gallaghers, la cuna de la carne con largas maduraciones o el decadente Frankie & Johnnie's de la calle 37 –el steakhouse favorito de Sinatra– para disfrutar de sus chuletones con salsa de mantequilla acompañados de espinacas en crema. // Keen's Steakhouse 72 W 36th St. // Gallaghers 228 West 52nd St. // Frankie & Johnnie's. 32 West 37th St.