Como cada año por estas fechas empresarios, aristócratas, políticos y celebridades patrias más o menos habituales de la crónica social (eso que hace años, cuando aún se vendías revistas, se llamaba papel couché) se dejan ver por Sotogrande, una de las urbanizaciones de lujo más importantes de Europa. Puede ser en alguno de sus cinco campos de golf, en las competiciones internacionales de polo, en el club La Reserva o posiblemente en los beach club que jalonan la costa a la altura de San Roque, localidad en la que se ubica. Luis Alfonso de Borbón, Borja Thyssen, Esperanza Aguirre, los Botín o Ana Rosa Quintana son asiduos; también la familia del riquísimo sultán de Brunei, experto jugador de polo.
60 años de historia
Muy pocos saben que fue Joseph McMicking, un exitoso empresario norteamericano-filipino, quien creó en 1962 este exclusivo destino vacacional. El hecho de cómo llegó aquí este promotor y antiguo militar combatiente en la II Guerra Mundial es la historia de un emprendedor. Pretendía emular las viviendas Forbes Park existentes en Manila, y para ello buscaba un destino en el Mediterráneo que tuviera agua dulce, playa y un aeropuerto en las inmediaciones. Lo encontró cerca del río Guadiaro, en los arenales de la costa gaditana, próximo al aeropuerto internacional del Peñón.
A pesar de que entonces los extranjeros tenían vetada la compra de terrenos, Franco le permitió adquirir más de 1.300 hectáreas repartidas en cinco fincas, creando la propiedad privada más grande de España. Desde los inicios, Sotogrande estuvo ligada a las actividades deportivas, sobre todo el golf. Después vinieron el campo de polo, un hotel, un club de playa, y, por supuesto, los primeros bugalows. La urbanización fue creciendo y llenándose de extranjeros. Pero cuando el gobierno franquista cerró la frontera con Gibraltar la llegada de turismo internacional se complicó —entonces el aeropuerto de Málaga era insignificante y la comunicación por carretera, mala— y la presencia española aumentó. Y así fue desarrollándose casi a escondidas, manteniendo su privacidad.
Ante todo, discreción
En 1978, la urbanización se abre a promociones dirigidas a la clase media profesional, de modo que notarios, arquitectos, periodistas o abogados se hacen vecinos de aristócratas y financieros que hoy, como ayer, buscan tranquilidad y discreción. Para farándula, postureo y brilli-brilli, ya está la cercana Marbella.
A Sotogrande la gente viene a jugar al golf o al tenis, a bañarse y practicar deportes náuticos. Y a pasar desapercibido. A reunirse en las casas o en alguno de los clubs deportivos y sociales, pero siempre de una forma lo más privada posible. Desde luego es un pequeño oasis pegado a la Costa del Sol, pero lejos del afán de protagonismo y notoriedad de Puerto Banús, donde lo que prima es lucir poderío, aquí se busca la vida en familia.
Del golf a la gastronomía
La Reserva Club Sotogrande es un buen ejemplo de ello, y refleja perfectamente el estilo de vida de los sotograndinos. Tiene campo de golf de 18 hoyos, pista de tenis, de pádel, laguna deportiva, una playa de arena natural rodeada de hamacas y chambaos, piscina y, por supuesto, restaurantes. Porque la gastronomía también juega un papel importante.
Precisamente acaban de fichar un nuevo jefe de cocina, Alberto Sarmiento (ex hotel Arts en Barcelona o Tatau Bistró* en Huesca) para hacerse cargo de la oferta culinaria de The Beach y de la Casa Club. Cuenta también con Carlos Navarro (fue 5º en la Copa del Mundo de Sushi en 2016) como asesor de sushi. Y en breve van a abrir una hamburguesería en formato food truck, que estará gestionada por un local marbellí.
Mucho de Asia, menos de Cádiz
Si tomamos como referencia La Reserva vemos como la gastronomía se decanta claramente por las tendencias imperantes. En The Beach predomina la cocina mediterránea, con ensaladas, arroces, carnes y pescados, pero también con gyozas, ceviches, bowls de quinoa, nachos con guacamole, langostinos rebozados en panko con kimchi, tacos de costillas de cerdo... En fin, todo ese tipo de platos viajados, de cocinas del mundo, que se han adueñado hasta el aburrimiento de las cartas de la gran mayoría de los restaurantes de este país. Y Sotogrande no es una excepción. Además cuentan con una carta específica de sushi, con un par de tartares y algún tiradito.
A pie de green, en el restaurante Casa Club, la idea es tomar algo mientras se practica golf, aunque no todo son bocadillos. También se puede comer de una forma más tradicional, desde una buena tabla de embutidos y quesos a ensaladas, pescados a la parrilla, solomillo, milanesa, mínimas concesiones a elaboraciones de moda, y más gazpachos, croquetas y huevos rotos con jamón. Posiblemente el tipo de cocina que se espera en un lugar como éste, frecuentado por nacionales y extranjeros, para comer sin complicarse la vida pero con cosas apetecibles.
Choca, en general, que la cocina no esté más pegada a las raíces, sea más andaluza, por concepto y producto. Esta circunstancia parece extenderse a todo Sotogrande. No los hemos visitado, pero un simple vistazo a las cartas de Trocadero o Chambao —por hablar de dos de los locales más conocidos— denotan idéntica predisposición a lo asiático, llámese japonés o thai. No tengo nada en contra de un pad thai de gambas, un poke o un tataki de atún en salsa dashi de sésamo, pero sorprende que no haya un poco más de autenticidad, de la identidad culinaria gaditana más allá de la fritura de pescado, el atún, el gazpacho o el jamón.
Acercándose a los grandes chefs
La sofisticación parece más bien estar en el entorno, en la puesta en escena, el atrezzo de las maravillosas terrazas, las palmeras, las tumbonas y las vistas al mar. Porque Sotogrande tampoco cuenta con una figura gastronómica nacional relevante. Hasta ahora no hay ningún chef que se haya lanzado a abrir, al menos en verano, un restaurante dirigido o asesorado por él, a pesar de ser un destino con relevancia social y clientes con alto poder adquisitivo.
Lo más parecido es la iniciativa Gastronomic Journeys que este verano han puesto en marcha en The Beach: veladas protagonizadas por cocineros y cocineras con estrellas Michelin, tanto del panorama nacional como europeo. En una encantadora terraza al borde de la laguna del complejo se han podido probar los platos de Cristóbal Muñoz (Ambivium, Peñafiel), Mª José Martínez (Lienzo, Valencia) y los franceses Jean Baptiste Natali (Hostellerie La Montagne, Colombey-les-Deux-Églises) y NIcolas Isnard (L’Auberge de la Charme, Prenois).
Germán Carrizo y Carito Lourenço, del restaurante Fierro (Valencia), se encargan de los fines de semana de agosto; y en septiembre será el turno del portugués Tiago Bonito (Largo do Paço, Amarante). El precio, sin vinos, es de 140 euros/persona. Desde la dirección del club nos cuentan que estas experiencias son las primeras de una serie de iniciativas que quieren poner en valor la gastronomía en Sotogrande. Lo aplaudimos. Ójala cunda el ejemplo y, por qué no, se atrevan a inaugurar un restaurante gastronómico con un o una chef de fuste la temporada que viene.