A los que escribimos de gastronomía se nos llena la boca hablando de la “alta gastronomía”, aunque no sepamos definir muy bien qué significa ese término más allá de la cocina relacionada con restaurantes con estrella Michelin o que, aunque no la tienen, la pretenden.
Muchas veces se nos olvida que tanto en esos como en todos los bares y restaurantes del mundo, hay un montón de trabajadores y trabajadoras que luchan por sobrevivir cada día, y si estos están en Estados Unidos la palabra “sobrevivir” se amplifica hasta límites inalcanzables en este país fallido que muchas películas nos intentan vender como maravilloso.
Todo esto es lo que nos intenta hacer ver La cocina, la nueva película del mexicano Alonso Ruizpalacios, que se ha estrenado este fin de semana.
¿De qué va 'La cocina'?
Ruizpalacios, que sorprendió a crítica y público en 2014 con su ópera prima Güeros (fue premiada tanto en el festival de Berlín como en el de San Sebastián), se mete en las cocinas de The Grill, una cadena de restaurantes al estilo Vips, con sus pizzas, hamburguesas, pollos empanados y demás platos fast food venidos a más, para contarnos la historia de Pedro (Raúl Briones), un mexicano que lleva tres años trabajando en el restaurante y que sueña con obtener los papeles de ciudadano americano y con conquistar a la mujer que le puede hacer olvidar por todo lo que ha pasado, Julia, interpretada por la superestrella Rooney Mara.
Si lo que buscáis en la película es cocina al estilo The Bear o Hierve, ya os aviso que no la vais a encontrar, más allá de un erótico bocadillo que prepara el protagonista a su amada, o de una escena, la mejor de la película, donde se ve la auténtica locura de un servicio en un restaurante de este tipo, donde las comandas salen más rápido de lo que da tiempo a cantar el plato y el suelo se va inundando a los pies de los protagonistas.
La cocina es una crítica brutal a nuestra sociedad actual, en la que los humanos no dudamos en pisarnos entre nosotros y donde la cultura del esfuerzo en realidad es injusticia y precariedad, sobre todo si vienes de un país extranjero con los bolsillos vacíos. Si queréis estudiar cocina y os imagináis abriendo un restaurante de alto postín, esta no es vuestra película. O quizás sí.
¿Por qué hay que ver la película?
Pese a que el guión gira en torno a Pedro, la película es bastante coral, y podemos ver cómo en esa cocina (y sala) todo el mundo está puteado: desde el chico que lava los platos, al personal de sala (todo mujeres vestidas casi como animadoras) o el jefe de cocina, que lleva trabajando en ese restaurante más de veinte años gritando a propios y extraños para no obtener ni un gracias por parte del jefe de la empresa, un tirano perdonavidas que pese a sonreír a sus trabajadores, sería capaz de apuñalarlos por un puñado de dólares.
También resulta interesante el papel de Luis (Eduardo Olmos), que representa a ese inmigrante que tras conseguir los papeles y un trabajo “aceptable”, se olvida de todo lo que tuvo que pasar y no tiene problema en joder a sus compañeros con tal de cubrirse las espaldas.
La película visualmente es impecable, con un arriesgado blanco y negro que nos intenta hacer ver que por muy modernos que nos creamos ciertas partes de la sociedad, muy cercanas a nosotros, siguen viviendo así, y que no todo es de color de rosa.
Aunque recomiendo el visionado de la película, y más después del resultado de las últimas elecciones en los Estados Unidos, no todo es bueno en ella. La película peca de ser excesivamente larga (casi dos horas y media) y perderse a veces en monólogos rimbombantes y palabras grandilocuentes para expresar una realidad que con mucho menos pomposidad hubiera resultado más auténtica. Quizás el propio Ruizpalacios se embriagó formalmente de la “alta gastronomía” cuando lo que tenía que haber hecho es tirar de la “baja”.