Cocina con química, cuyo último capítulo se emitió en Apple TV el pasado 24 de noviembre, cuenta la historia de cómo Elisabeth Zott, una brillante científica, afronta las dificultades de vivir en una sociedad machista que constantemente la ignora, la infantiliza y trata de silenciarla.
Basada en la novela debut de Bonnie Garmus, Lecciones de química, la serie, dirigida por Lee Eisenberg, tiene un aire de fábula en la que se mezclan los ecos de la Matilda de Roald Dahl con los de La mística de la feminidad de Betty Friedan.
Lo doméstico y la ciencia
Ambientada a finales de los años 50 y principios de los 60 en California, la serie explora temas como la discriminación contra las mujeres en el mundo laboral, los obstáculos a su autonomía económica o las relaciones familiares. Y también, de forma más superficial, aborda el racismo y la homofobia, y en general, toda la violencia que se desplegaba contra quien no fuese ni hombre ni blanco ni heterosexual.
¿Y qué pinta la cocina en todo esto?, te preguntarás. Pues todo. Porque como dice la protagonista, interpretada por la Capitana Marvel y oscarizada Brie Larson: “La cocina es química y la química es vida”. Dos mundos, el doméstico y el científico, que esta serie pone a dialogar para descubrirnos que tienen más en común de lo que podríamos pensar.
La primera vez que vemos a Elisabeth cocinar es en su casa. Y su forma de hacerlo es bastante peculiar. Vestida con su bata blanca, ejecuta cada receta como si se tratase de un experimento, con rigor y precisión.
No debe complacer a nadie más que a ella misma, así que alimentarse es un gesto de autocuidado y calma, que no está sometido a las tiranías cotidianas de la mayoría de las amas de casa de la época.
La cocina requiere conocimiento
Tras sufrir una serie de injusticias, problemas económicos y casualidades alimentarias, como compartir una lasaña, accederá a presentar Cena a las seis. Un programa de cocina de nombre anodino al que Elisabeth llevará, además de su bata blanca y su personalidad tan poco convencional, su método científico de entender la cocina. Solo que esta vez tendrá público.
El programa echa a andar entre la incredulidad del director de la cadena, que quería a una presentadora sexy y tontita, y el fervor de las amas de casa que la siguen desde sus televisores, papel y boli en mano, o en directo desde el plató, donde se les ofrece un insólito espacio para hacer preguntas.
Elisabeth se toma tan en serio a su público como se toma la cocina. Y aunque nadie lo considere así, para ella dar de comer es un trabajo y, como tal, requiere esfuerzo, tiempo y conocimientos.
Por eso, entre las explicaciones sobre el PH de la piel del pollo y el proceso de combustión del flambeado, aprovecha para hablar de otros ingredientes socialmente tóxicos con los que se narcotizaba a las mujeres de la época. Como los que les han hecho creer que la cocina doméstica es fruto del amor y no el fruto de un trabajo. O los que la consideran una tarea banal y gratuita carente de valor.
Una aproximación científica
Pero que Elisabeth se aproxime a la cocina desde una visión científica no quiere decir que esté haciendo química. La ciencia se hace en los laboratorios, un lugar del que la han expulsado y donde los excompañeros de Elisabeth siguen trabajando para descubrir los fundamentos de la vida, la abiogénesis. Una investigación que le habían robado y de la que se atribuyen la autoría y el mérito.
La apropiación intelectual del trabajo de Elisabeth (algo que le ocurrió también a la autora de la novela) desvela cómo esos dos espacios, laboratorio y cocina, que funcionan como un espejo, en cambio nos devuelven un reflejo muy diferente de cómo se ha construido el trabajo masculino y femenino. Uno con prestigio y reconocimiento, el otro sin ellos.
Es paradójico que esos científicos tan interesados en saber cómo se origina la vida sean los mismos que desprecian a quienes se encargan de sostenerla cocinando y alimentando. Porque que esos científicos hayan podido trabajar en sus laboratorios (robos aparte), no se debe solo a sus méritos y formación, sino a que eran sostenidos y alimentados por el trabajo de esas amas de casa, sin el cual ellos no hubieran podido estar ahí. Si parece que estoy equiparando ciencia y cocina y el trabajo de las amas de casa con el de los científicos, sí, es justo lo que estoy haciendo.
Reacciones en cadena
Esta interdependencia es otro de los ejes en torno a los que gira la trama y que desemboca en el gran tema que plantea esta historia: el cambio. Si cada vez que encendemos el fuego, en la cocina o en el laboratorio, se produce una reacción química que rompe unos vínculos y crea otros, entonces, en la vida funcionaría de modo similar.
Y no hay mejor modo de transmitirlo que a través de la lasaña final donde se juntan para cenar un grupo de personas unidas por los vínculos más improbables, ilegítimos y subversivos para la sociedad de la época. Romper las estructuras es mucho más que una cuestión de química.