El peregrino camina decidido, a paso firme, sintiendo el frío de la mañana. Las nieblas que forma el río Nonaya permiten vislumbrar, a los lejos, un torreón. Indeciso, se plantea si aquella peregrinación no habrá sido también un viaje espacio - tiempo, una vuelta a la época medieval.
Como sacada de cuento, donde solo nos faltan las doncellas y los dragones, Salas, capital de concejo homónimo, es una de las villas que atraviesa el Camino Primitivo. Origen de todos los Caminos a Santiago, fue la misma ruta que en el siglo IX realizó el monarca Alfonso II el Casto para comprobar si los restos hallados en aquella aldea gallega pertenecían al apóstol Santiago.
El peregrino accede a Salas dejando a su lado numerosos establecimientos que le invitan al descanso: hoteles, albergues, cafeterías, restaurantes… pero hay uno que le llama la atención: la Casa del Profesor.
Fundada por Pepín Fernández, el profesor de música de la zona, el nombre parece toda una declaración de intenciones mientras que el olor a mantequilla, avellana y nuez hacen el resto. El peregrino, curioso, accede a un establecimiento que parece transportarle, de nuevo, a otra época. Un antiguo café, que nos recuerda a la esencia de los cafés de tertulia parisinos, le recibe. No existe una vasta variedad de dulces porque, sin duda, el protagonista es otro: los carajitos del Profesor.
Estos bocados de avellana, procedente de los bosques autóctonos de la zona, han sido todo un emblema de la comarca suroccidental asturiana. Su elaboración comenzó en 1918 y, poco a poco, se convirtieron en una delicia apreciada por los indianos (quienes se habían ido a hacer las Américas y habían vuelto a sus orígenes para retirarse en abundancia), que amenizaban las largas tardes de invierno salenses. Como aún no se habían bautizado, se pedían como los “carajos” y pronto se convirtieron en los carajitos del Profesor.
El auge de este dulce vino de la mano de Marichu Llavona. Una auténtica embajadora de los Carajitos que consiguió ponerlo en el mapa gastronómico asturiano y, a su vez, dar a conocer la fabulosa villa de Salas. Una matriarca, tristemente fallecida, que trasladó el carácter único de la mujer del occidente asturiano a estas delicias y donde son hoy sus hijas, Carmen y Teresa, quienes custodian la receta familiar con cariño y entrega.
Un mordisco denso, contundente y espeso que invita a combinarlo con un buen café de origen o una infusión. La receta, aunque secreta, ha sido reproducida en multitud de ocasiones, pero solo los originales mantienen el sabor único y distinguido. Serán los huevos de gallinas criadas en las caleyas del propio Camino Primitivo o las avellanas de los frondosos y húmedos bosques aledaños. Tras cuatro generaciones, lo cierto es que los Carajitos son hoy todo un emblema de la comarca.
El peregrino sale del establecimiento sorprendido por la historia de este café. Una historia de indianos, tesón y esfuerzo que marca el día a día de esta zona de Asturias. Solo le queda disfrutar de un carajito bajo el torreón medieval, del siglo XIV, declarado Monumento Nacional y que, junto con la iglesia de San Martín, la colegiata de Santa María la Mayor o el palacio de Valdés Salas, hacen de Salas (y sus Carajitos) una parada imprescindible en esta azarosa aventura que es el Camino Primitivo. ¡Ultreia, querido peregrino!