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El Taller de Seve Díaz, la misión de agradar se cumple con creces

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A veces resulta todo ‘un mundo’ trasladarse unos cuántos kilómetros cuando, en realidad y en busca de recovecos de la gastronomía’, uno se dedica a viajar lo indecible a los lugares más insospechados.Ahí quedan entonces, en los dispositivos y en el cuaderno de apuntes de toda la vida, las colas de restaurantes de interés por visitar desde el punto de vista profesional que casi siempre y en la mayoría de los casos coinciden con la curiosidad personal.En este ir y venir de circunstancias uno va dejando precisamente, no se sabe muy bien por qué pretexto, a los que en verdad están en la lista de prioridades -y además son amigos-. No saben lo bien que me sentí nada más traspasar el portal de El Taller de Seve Díaz, en el Puerto de la Cruz. Realmente tenía esta deuda conmigo mismo y con el chef, y la sensaciones de bienestar culinario la compensaron con creces.Ya la misma cerveza fría en la mesa asignada procuraba un rato de distensión acorde con una atmósfera y decoración que invita a la relajación. Mientras, observaba la ‘maquinaria’ del chef y su equipo en la cocina vista del establecimiento situado en la calle de San FelipeNo tenía que recordarme Seve Díaz su afán en buscar prestaciones, con sus toques de alarde preciosista en los emplatados, al producto de cercanía; está claro que con el aperitivo de ese ‘salmorejo canario’ cremoso y nítido en textura y matices ya no había duda de ello. El servicio de mantequillas y el pan caliente dentro de una taleguita, detalle encomiable.Luego, el jefe de cocina esgrimió una serie de recursos culinarios que realmente catapultan la memoria gustativa de los comensales. El servicio de sala es impecable, ciertamente. Llega a la mesa el soberbio vino blanco Los Tabaqueros, de La Palma. Un prodigio que va formulando su propio lenguaje en nariz y boca con la ensalada de langostinos y posteriormente el ceviche con toques frutales (foto).Preparan estos detalles las expectativas que a la vez se redondean con unas estupendas croquetas de parmigiano y el vino palmero hace de las suyas con retrogustos amables y rotundos. En esos momentos me entretengo en deleitarme con el cromatismo dorado de la elaboración vinícola palmera hasta que llega el cochinillo confitado a baja temperatura (foto de portada) con láminas de manzana, cuyo acidulado marca una complicidad perfecta con el sabor incontestable del porcino.Interesante la línea de postres, en general sin exceso de azúcares ni empalagos. Sugerente la versión de Seve Díaz del arroz con leche (foto bajo este párrafo), así como otro de lo más goloso basado en la piña de Buenavista.Son casi 4 años ya los que han pasado desde que en 2015 el cocinero decidiera emprender la andadura de un formato personal de espacio culinario al lado de su equipo. El taller de Seve Díaz, pues, es un feudo dimensionado en las suficientes mesas, esa cocina vista y sala que conoce bien su oficio.La ubicación perfecta en esa calle con tanto sabor portuense cómo es la de San Felipe, cerca del Peñón.Francisco Belín

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